Mi compañera y yo tomamos un café mientra comentamos asuntos de trabajo. La cara de lunes riguroso que hacemos gala, parece dar repuesta a que el fin de semana no ha sido precisamente de nuestro agrado. Le pregunto si se encuentra bien. Me sonríe y me dice que sí, que todo está bien. Yo decido callar, pienso que si no quiere hablarme de lo que le ocurre, está en su derecho, pero sé que me está mintiendo. No necesito ser adivino para verlo.
En ese momento en el que yo estoy enfrascada en mis pensamientos, sus ojos enrojecidos y húmedos me dan respuesta a mi sospecha.
Ella me habla pero no me da respuesta, solamente me dice que no está bien, que tengo razón, pero que no sabría explicar como se siente, ni porqué, que explicarlo todo sería muy denso. Y yo presumo en mis cábalas, pero ni más lejos.
De repente, escucho una historia, de esas de la vida, de lo malo y de lo bueno.
“Recuerdo que desde que era bien pequeña yo quería ser médico. Pensé en la duración de los estudios y en el precio. No me importó. Quería serlo. No me importó no tener tiempo para más amigos que los compañeros. Quería serlo. Un día, fui médico. No me importaban las horas, los kilómetros, las noches en vela. Aquel trabajo me daba la vida cada día.
Un día lo conocí a él. Él acabó por convertirse en mi dueño. No sé como ocurrió, pero todas mis convicciones empezaron a perder valor. Yo pensé que el amor había tocado mi puerta. Por ese amor empecé a trabajar menos. Por ese amor tuve hijos y me dediqué a ellos. Y pasó el tiempo.
Y mi carácter se avinagraba. Y yo no era feliz ni los hacía a ellos. Y volví a trabajar para llenar el hueco. Y el trabajo ya no me llenaba, no era médico. Y me volví mala. Y me quedé sola.”
Sin palabras.
Pero pensé que ningún ser humano infeliz puede transmitir felicidad. También pensé que no merece amor el que exige, deja entrever o manipula a la que dice es, la persona amada. Amor no es permitir que te anulen, una persona nula no tiene más valor que un mueble, y a un mueble, pasado el tiempo, se le acaba tirando a la basura. “¿Qué estarías dispuesta a hacer por amor?, me pregunté.
A estas alturas, ya no me queda nada.