Me resultaba curiosa la atracción que aquel hombre corriente causaba sobre mi. No poseía ningún rasgo en si capaz de levantar mi atención. Cada día me lo encontraba en la cafetería donde acostumbraba a desayunar, cosa bastante normal, ya que ambos trabajábamos en el mismo departamento y quedaba bastante cerca, además de servir un café fabuloso. Jude había conversado muchas veces conmigo, algunas veces solos, otras con algún otro compañero. En ausencia de los jefes, algunas veces me dejaba algún encargo para ellos, siempre me dejaba su teléfono. No sé porqué, pero siempre que me preguntaba si lo tenía, yo siempre le decía que no y lo apuntaba en la agenda. Lo tenía apuntado en más de diez sitios diferentes. Jude era bastante conversador, intelectualmente simple pero sentimentalmente de grado superior, de ese tipo de personas capaces de mover muchos quilos de sentimientos a su alrededor, y de forma muy intensa. Con el tiempo, descubrí que sabía cosas de aquel hombre que no sabía casi nadie, ni las personas con las que él convivía, curioso…
Empecé a descubrir, sin saber como ni porqué, a un ser especial, una tipo de ángel de la guarda que a menudo tomaba café conmigo mientras nos explicábamos cosas de la vida, aveces triviales, otras verdaderamente personales. Algunas veces pasaba tiempo sin verlo por la cafetería, y lo echaba de menos, otras veces, venía tan a menudo, que las chicas y yo, le preguntábamos si es que no tenía cas. Él sonreía.
Hace un par de meses fui a Barcelona por un asunto de médicos. En el hospital de Bellvitge me encontré con un hombre con el que hace muchos años tuve un relación. Una relación importante. Al verlo, el cuerpo me dio un vuelco violento y de manera inconsciente, la imagen de Jude, vino a mi cabeza. Por un momento se me pasó por la cabeza que Jude era hijo de Néstor, pero claro, eso no podía ser, ¿cómo iba a ser eso?
Néstor, situado al otro lado de la sala de espera me miraba, yo, desde mi asiento lo miraba a él. No estaba solo, lo acompañaba su esposa. Yo estaba sola. El me había conocido, yo también a él. Aunque el mucho tiempo transcurrido había pasado factura en ambos, era bastante imposible, no reconocernos. De hecho, estoy completamente segura que aunque nuestro encuentro hubiese sido entre una multitud, en cualquier centro comercial o plaza de la ciudad, ambos hubiésemos percibido la presencia del otro. Era una cuestión de algo que no sabría definir, pero que se podía palpar en el ambiente. Era como si nos oliésemos mutuamente, de hecho, aquello que una vez nos había unido era algo que tampoco nunca definí, y que una de las cosas que podría decir para explicarlo, sería decir que era algo muy animal, muy de piel, muy animal, sin razón… Sí, no había razón, todo un listado de grandes diferencias se extendían entre nosotros, edad, convicciones, gustos… pero cuando estábamos juntos, eramos uno.
Pero bueno, en mi vida siempre se impone la lógica, esas matemáticas que tanto quiero, y aquello terminó. Sí, terminó.
No puedo negar que volver a verlo despertó en mi cosas que hacía años creía muertas, pero no hice caso, me hice la interesante y decidí hacerme la que no lo había visto. De repente, vi que Néstor se levantaba y venía hacia mí. Su mujer recriminaba su gesto y él, como siempre había hecho, hacía caso omiso a sus advertencias mirándola con desdén. Llegó hasta mi y me saludó con naturalidad, dándome dos besos.
Hola Mechas, ¡Cuanto tiempo! ¿Qué tal estas? ¿Que es de tu vida?
Hola…- la verdad me había dejado en game over, no sabía que decir, se había dirigido a mi con una seguridad… en cierto modo me alagaba, pero… pero nada, la percepción de su olor me sacó del momento tonto en el que me encontraba inmersa y me… como se dice cotidianamente, me puse las pilas.
Mi cerebro procesó en pocos segundos información acumulada. La enfermera salió y lo nombró: Néstor Andrade, Néstor Andrade, pase, por favor. Su esposa hizo el ademán de levantarse para entrar con él a la consulta y él entró rápido y cerró la puerta. Ella, en actitud altiva, como siempre, mirándome con desprecio, volvió a su asiento. No me dijo nada, como si no me conociese de nada. A mi no me importó. Empecé a pensar. Empecé a dar vueltas al flash que había tenido al volverlo a ver después de tanto tiempo. En ningún momento me había venido una imagen pasada, había sido la imagen de Jude la que en aquellos momentos apoteósicos se había instalado en mi cabeza. Solamente me preguntaba porqué me ocurría aquello, porque razón aquel hombre me recordaba a aquel otro, ¿qué relación podía existir entre ellos? ¿Qué los hacía en cierta manera, semejantes?
Lo único que tenía claro es que cuando Andrade saliese de la consulta, tenía que conseguir volver a verme con él, y no sabía cómo hacerlo, había pasado mucho tiempo, yo había construido una vida sin él y él había continuado con la suya, no era mi estilo, él lo sabía, y tampoco era el suyo, yo también lo sabía.
Al oír la puerta, miré hacia allí, Andrade salía buscándome con la mirada. De nuevo se acercó y besándome en las mejillas de nuevo, dejó caer un papel con un número de teléfono en mi regazo, luego me miró a los ojos -Dios mio, ¿porqué dejé a ese hombre un día?- y me dijo adiós.
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