¿Votas en las elecciones políticas?
Recuerdo que cuando cumplí dieciocho años, al filo de las elecciones de octubre del ochenta y dos, mi padre me expresó su emoción al pensar que su primogénita iba a votar en las siguientes elecciones. Nada más lejos de la realidad estaba la posibilidad de que mi padre viese colmada su ilusión, como casi todos sus planes para conmigo. Cuando le comuniqué que no tenía ninguna intención de voto, esperé yo una respuesta del tipo «Ahora ya eres una adulta y debes comenzar a comportarte como tal», a lo que yo tenía preparado el replique «Ahora soy mayor de edad y decido yo»; pero no, mi padre, como en cientos de ocasiones a lo largo de mi vida mientras duró la suya, me dijo así: «Si no votas, no podrás quejarte».
Mi padre acababa de marcarme un gol a lo Zarra que me dejó como aquel que remató al cochino de cabeza en el partido de futbol de Tormeleque, destruída, sin argumentos. Cuando llegó el día de marras, mi padre había preparado los sobres con las papeletas en casa, pues decía que a nadie le importaba lo que su familia votase. Yo le dije que no tenía ninguna intención de votar lo mismo que él, a lo que mi padre me dijo que no sabía lo que hacía, y yo por oírlo retahilar, hacía cualquier cosa, aunque luego pensase ir a votar y además votar lo mismo. Fué buena, aquella primera vez, muy buena.
El paso del tiempo se encargó de ir olvidando las sensaciones, el trabajo hizo lo propio con las posibilidades, y los jefes caciques también pusieron su granito de arena. Unos años más tarde, en el periodo electoral, picó a mi puerta un funcionario portando un comunicado referente a las mesas electorales: Me había tocado presidir la mesa, eran ya los comicios en domingo, y para más inri, tenía que trabajar. Fui a hablar con el jefe para comunicarle, que había sido llamada a una mesa electoral, a lo que el me respondió: «Aquí estás para trabajar, no para presidir mesas electorales, pero tu que te has creído. Si no quieres trabajar, ahí tienes la puerta -dijo señalando hacia ella con su dedo manchado de tinta azul-«. Madre mía! que conflicto! Yo no podía dejar de trabajar, por aquel entonces ya tenía familia a la que mantener y harto me había costado encontrar aquel empleo en aquellos años malos. Así que decidí no presentarme en el colegio electoral e irme al trabajo.
Pasados cinco minutos de las ocho de la mañana, se presentó en mi casa la policía local para acompañarme al colegio. Yo no me encontraba en el domicilio y el vecino de enfrente, se ofreció a decir a los oficiales donde podían encontrarme ¡me tenía una ganas el tío! Diez minutos más tarde se presentaron en mi lugar de trabajo y mi jefe salió a su encuentro, saludándolos con cordialidad, creía que venían a buscar las listas de viajeros. Cual no fue su sorpresa cuando le informaron que venían a buscar a su secretaria. El hombre lo primero que hizo fue mirar hacia donde yo me encontraba y empezó a gritarme algo así: «Nena!!! qué has hecho que te vienen a buscar? . Yo lo miraba con cara de yonofui, porque claro, es que yo no había hecho nada. Cuando los agentes me dijeron delante de mi jefe que tenía que acudir a la mesa electoral, mi jefe se cuadró delante de ellos y les dijo que yo no podía ir, que teníamos mucho trabajo. Los policías no daban crédito, pidieron refuerzos a través de la emisora y en cuanto llegaron, una pareja me acompañó al colegio electoral y la otra, invitó amablemente a mi jefe a que los acompañara al cuartelillo.
Durante un par de horas, reinó el caos en la empresa, el compañero de noche, que todavía no se había retirado, se quedó doblando turno todo el día. La situación se arregló al estilo de mi jefe, con una llamadita a saber a quien, que rápidamente habló con el jefe de policía y le dijo que se trataba todo de un malentendido.
Y hasta ahí mi historia que no responde a la pregunta, en plan… muy político🤫
