Quizá si quisiera lo habría hecho, pero realmente nunca me lo planteé. Mi nombre me gusta, mi nombre me pertenece. Mi nombre me representa. Mi nombre no dice nada en particular y todo en general. Mi nombre lo dice todo sobre mi. Mi nombre es casi mi epíteto. Mi nombre SOY YO.

Nací sin nombre y quizá si en ese momento mágico me hubiesen preguntado como quería que me llamasen, no podría decir, pues desconozco la sabiduría, los alcances de un ser que recién nace. Suponiendo, y recalco eso de suponer, que mi sabiduría momentáneamente fuera como la de cualquier de a pie en aquel momento, creo que sin dudarlo mucho, habría elegido ese mismo nombre, el que tengo,

Siguiendo en el suponer de todas las suposiciones, y suponiendo que des ahora fueran dos nombres -pero no complementarios, sino a modo de dos personas diferentes- Carmen sería el nombre elegido; Carmen, como se llama mi tía; Carmen, como la Amaya, la primera en el baile; Carmen como la Virgen símbolo de unión de alianzas; Carmen como la virgen de los marineros, de ese marque tanto me gusta, de ese Mediterráneo tormentoso que hoy me acompaña…