Desastres en mi cocina ha habido muchos, sería de necios no reconocerlo pero, debo decir que soy persona de desastres recurrentes, sobretodo en el tema que se nos pregunta hoy. Lo cierto es que existen una serie de parámetros, que a modo de mantra se repiten en mi relación con la cocina:

1. Las mejores comidas son las realizadas con amor. No cocines por obligación ni con estrés, cambia el chip o mejor cómete una bolsa de patatas chips y un yogurt.
2. Las legumbres no se dan, Eso me dice una y otra vez mi hijo, pero debo decir que no las cocino mal del todo, solo que, mi mamá cocina de escándalo.
3. Los bizcochos, panes y otros de la familia de la levadura, mejor comprarlos en la panadería. A lo largo de mi vida, una y otra vez he visto como este tipo de alimentos se me aplanan pese a seguir cuidadosa y amorosamente las instrucciones.

Pero si existe en mi historia culinaria un desastre que hizo historia por los siglos de los siglos es sin duda el pudin. Ocurrió hace bastantes años, justo un día en que nos visitó mi hermana y su esposo en su recién estrenado matrimonio. Yo quise quedar bien y pedí consejo a un chef muy renombrado que justo en esos momentos era compañero de trabajo en la empresa. No compartíamos departamento pero yo bajaba a la cocina a comer a diario, por lo que de vez en cuando a los presentes, nos deleitaba con algún que otro secretillo culinario. Yo quise poner en práctica una de sus fabulosas recetas y en lugar de un exquisito pudin presenté a mi familia un repugnante mejunje con sabor a huevo crudo que resultó incomible.

A días de hoy, mi cuñado todavía me pregunta si de postre he preparado flan de huevo…