Me gustaría dar una refinada respuesta  que quizás rozase el esnobismo, todo muy elegante, muy «frisno», pero allí en el barrio que yo crecí, allá por la prehistoria de Mechas, Óscar y otros mil, se aprendían cosas, muchas habilidades que yo, por razones variadas, desde brillantes a erradas, no aprendí.

Entre ellas se encuentra la interpretación musical con guitarra, piano u cualquier otro instrumento, estos no fueron asumidos por falta de tiempo o conocimiento, sino por total ausencia de capacidad para llegar a buen puerto en el intento. Por tanto aunque me gustaría el sentido común me sugiere que quizá en otra vida se encuentre ese momento el momento afín para producirse la fusión entre en pentagrama, mis manos y mi don para interpretar un son.

Otra habilidad que se quedó olvidada en el cajón, fueron sin duda los juegos de mesa y esa especial destreza, que muestran algunos frente el mazo  entrelazando de manera sincronizada, casi animada, lasa cartas sobre la mesa, sin segundas, solo con arte, co chulería exacerbada de ganador vespertino, de ese que, poco es después de, que encuentra en ello su destino, por encima de cualquier raciocinio.

Y llega por fin, la habilidad estrella, la que si me gustaría aprender de veras. Disfrutaría yo, siendo patrón de velero, pudiendo surcar con mi nave imaginaria el mundo entero, en comunión con el mar y su dual atractivo: con su calma y su bravura, con la paz infinita que tras una tempestad llega. Besos

Temb