Acabo de llegar de hacer la compra semanal junto con mi bebé rojo. Me disponía, ya aliviada tras compra en Carrefour, Action y Mercadona, a comenzar la feliz huída hacia casa cuando, el hijo de su madre (el bebé), va y me dice que con el combustible que le queda no circula más, que si me busca el punto de repostaje más cercano. Le contesto enfadada que no hace falta, que tengo uno delante que por cierto, había hecho de menos pensado que, llegaría al Esclat oil. Pues no, yo quería engañarlo pero no pudo ser, me obligó a parar en una de tantas low cost que hay en los polígonos comerciales. Sesenta y tres eurazos de mi presupuesto se ha llevado el muy lagarto. Pero claro, viviendo en el extra radio del mundo, uno no tiene más remedio de tener un bebé de lata que lo transporte para hacer el mercado. Toda una odisea antiahorro si no se dispone de uno, aunque de vez en cuando haya que darle de comer.

Como el tiendeo no es lo mío, la compra online ha supuesto para mi algo parecido a lo que supuso la supuesta puesta del primer pie humano en el satélite natural: La frase que Neil Armstrong pronunció cuando pisó el suelo lunar es sin duda una de las más icónicas de la historia: “Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”. A pesar de ello, la compra de mercado me sigue martirizando pero, creo que prefiero el automartirio a los consejos de la mama shopper de Amazon o cualquier otra plataforma online.

Debo confesar que cuando se que toca salir de compras siempre viene a mi cabeza la película de Michael Douglas «Un día de furia». No puedo remediarlo, es superior a mí. Odio ir de compras. Si tengo que ir de compras, entro en Shein y compro desde mi supersillón de abuela que compré en Amazon.