Río poco, más bien nada. Doy gracias al inventor de los emojis porque ríen por mi.  La risa no me sale, no me gusta reírme de nadie.  En mi memoria quedó grabada mi risa la primera vez que vi a los payasos de la tele. Los otros el de la cara blanca muy listillo y el tonto me daban miedo.  Ahora ya no están, se fueron muriendo.  Ahora hay otros payasos de los que uno solo puede reírse en la intimidad, sin testigos.

Dentro de mi nada risoica, (como me gusta inventar palabros😂‼️) alguna vez hay excepciones de esas que dicen que confirman la regla:

Si, a veces me río por no llorar porque se que el llanto irrita mis ojitos y promueve asociaciones faciales pro arrugas, que luego tengo que neutralizar con algún tiberio de más, es una auténtica guerra si uno se lo toma en serio, una guerra en la que el azúcar, las grasas y los hidratos ganan siempre a la arruga, sin necesidad de armas de otro tipo, ojalá todas las guerras fueran así, y en lugar de  misiles se arrojarán Donuts y lloviera café, como mucho se lloraría por el dolor de panza.

Alguna vez río de manera vírica, para no desentonar, para no desmarcarme del grupo, dejo salir esa parte de borreguito que la gran mayoría llevamos dentro, y en alguna ocasión hasta resulta que me lo pasó bien siempre que no me lo piense.  Si me lo pienso me siento mal, me autoacuso de flojera y me da rabia. Doblemente me siento mal, nunca me gustó ser una acusica, ni tan siquiera de mi misma.  Está feo, muy feo eso de señalar a nadie.

En ocasiones, la gran mayoría de las veces, me río de mi misma, de mis ocurrencias, de mi forma extraña y personal de ver la vida y de sobrellevar, que no llevar, está tragicomedia, porque yo me la convertí en comedia, que me tocó en el reparto de guiones.