No me repito con lo de los Goya pero es que este año los premios cinematográficos están dando más prensa que otros años por razones que no vienen al caso que en breve abordaré.

Hoy quiero confesar, aquí, en la intimidad difusa y enredada que nos encontramos, un momento de un tiempo pretérito y feliz del que nunca he hablado -creo, porque como hablo tanto, vaya usted a saber-, ya que el mismísimo Richard Gere en la ceremonia de los Goya, se ha encargado de traer a la primera planta del palacio de la memoria, esa etapa tan llena de ilusión.

La primera vez que vi la película “Oficial y Caballero” no fue en el cine, tampoco en televisión.  Fue en un bar en el que iba con algunas amigas donde quedaban con chicos.  Yo en la reunión era la gordita empollona que llevaban las barbies por pena, para hacer la obra de caridad del día.  Apenas con una o dos hablaba, el resto eran prácticamente desconocidas con nombre conocido y, de los chicos, yo estaba en otra cosa.

Hacía unos meses había conocido a un infante de marina en la Rambla de Santa Mónica, durante una tarde de carnaval.  Estaba en mi momento y el resto no me importaba.  Cómo me impactó “Oficial y Caballero”, me vi recogida por mi oficial de marina en la oficina! Y ocurrió, aunque claro, un día terminó y siempre me pregunté si Paula, la protagonista, habría corrido la misma suerte que yo…
Me es muy difícil hablar de emociones pero con esa película se dieron una serie de circunstancias que consiguió emerger de mi una emoción tan infinita que, ha sido capaz de continuar a lo largo de los años.