La tristeza comenzó el día que vio como se llevaban a Dionisia. Nunca lo reconoció. Quizá ni tan siquiera lo sabía, no supo verlo, era una niña muy pequeña. Sería su secreto, nadie debía saber de su tristeza. Y desde entonces siempre fue así, discreta y casi a escondidas, como cuando sacaron el pequeño féretro con el delgado cuerpo de la señora Dionisia. Ya no volvería a comer boquerones crudos. Le dijeron que se había ido al cielo pero no lo aceptó, se sintió abandonada. No volvió a confiar, no volvió a hablar de ella misma.
Con el tiempo se inventó una nueva ella que la acompañó el resto de su vida. Nunca nadie supo de su tristeza, nadie vio en ella más que la imagen que ella proyectó de si misma. Otras Dionisias y Dionisios pasaron por su vida y la fueron abandonando. Su tristeza fue creciendo, su habilidad para esconderla, todavía más.

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