Volví a ver el hombre de mi vida. No fué un encuentro, lo vi y lo observé durante un largo rato agazapada en un muro, como si fuera una adolescente. Algo no funcionaba bien. Su empresa había vuelto a abrir después de treinta años y se encontraba dando indicaciones a sus trabajadores. Pero algo no estaba bien. Yo había vuelto a casa de mis padres para recuperarme de una complicada operación quirúrgica. En mi pueblo no dispongo de un centro de fisioterapeuta en condiciones y volví a la capital. No sé si había hecho bien o mal, volver allí era peligroso y no solo por un posible reencuentro con Fernando Quesada…

Aunque él y el amor que le profesaba desde que era una chiquilla, fue la principal razón de mi huída. Mi huída… una espantá en toda regla, el mayor acto de cobardía de mi vida que lo cometí solamente por amor: a mis padres, a él, a mi misma.

Sabía que si continuaba allí pasaría a formar parte de la historia de las mujeres que murieron violentamente a mano de un ex. No, no me refiero a Quesada. Tampoco era un ex exactamente. A ese si que todavía le tengo miedo. Durante el tiempo que estuvo encerrado todo era tranquilo… no todos tuvieron mi suerte… hasta ahora.

Algo era raro… quizá era el efecto de mis sentimientos, él estaba perfecto pero yo, no estaba para reencuentros de ningún tipo. Como siempre, tengo poco que decir, poco más que mi vida, sigue siendo la misma, la de una espectadora nata, desde hace ya treinta años.