No sé cuantas veces intenté entrar en el emteá, pero ni modo, la monja no quería ovejas como yo en su rebaño. Aquella junta era de ovejas ricas y yo no entraba. Si la estructura elegida hubiese sido la de una colmena la cosa seguramente, habría estado diferente, hubiera sido una obrera más, como bien decía mi papá: “Tu eres la hija de un mecánico” y me mataba porque yo no entendía porque si era la hija de un mecánico asistía a un colegio de élite. No podía entenderlo entonces, ahora si.
Otras hijas de mecánico pero más aparentes si que conseguían entrar en la organización y no lo hacían por motivos religiosos ni vocación de servicio. Sencillamente querían gozar de los beneficios de pertenecer al movimiento (como la mayoría que lo intentaba)
Al final desistí de ello, sobre todo cuando descubrí que era algo personal. Un asunto muy personal entre la hermana Montserrat Coll y yo y se llamaba Jose Luís. Ahora la hubiesen denunciado, entonces, uno tragaba, callaba y sufría y no había más. A mi su decisión me partió la vida pero pasado un respetable periodo de duelo sobre mis propios fracasos, donde dejé de culpabililizarla y culpabilizarme, alguien cercano me ayudó a recuperar la seguridad en mi mísma, mi brillantez salvaje y original y conseguí salir a flote y seguir un camino aceptable.
Nunca presupuesté perfección ni éxito, tampoco lo contrario pero, si con una marcada diferencia, para bien o para mal, sobre el resto.
En ese tiempo, quizá sin ser consciente, forjé la persona que soy hoy y la verdad es que, no me arrepiento.

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