Hay un certamen literario centrado en la figura del rey Jaime I el conquistador, donde una de las bases da rienda suelta a cualquier escritor destecleado -valga el palabro por deslenguado- a escribir cualquier relato en torno al rey. Y es se necesita algo más que ser hijo de reyes para saberse concebido en el repudio y ser producto del engaño y ser rey sin morir en el intento. Hace falta más sangre que la azul y suerte para saberte repudiado por tu padre, entregado para ser formado en un auténtico cautiverio y ser pactado en matrimonio sin llegar a término.
Llamado el conquistador, a día de hoy no se tiene claro si por los territorios que anexionó a la Corona de Aragón o por la colección de amantes que poseyó.
Una de las gestas más importantes del conquistador, tuvieron lugar en la isla de Mallorca. Como todas las guerras, tuvo origen en la ayuda solicitada por algunos comerciantes al ver peligrar sus mercancías y como en todas las guerras, un pueblo acabó conquistado, sometido, y en gran parte masacrado.
Jaime I sembró el germen de la territorialidad en la península e infinidad de hijos a sus múltiples amantes.
Y colorín colorado este relato se ha terminado.

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