No quiero mentir, no puedo decir que no volveré a enamorarme y no porque no se debe decir no, sino porque tengo la certeza de que nunca lo estuve. No sé que pasó en mi vida pero desde un principio fue distinta. Creo fervientemente que esas pequeñas diferencias son las que me marcaron tanto que, en su día me convirtieron en alguien muy diferente al resto. Y todo esto en silencio, sin poder hablar con nadie de ello.

No estoy hablando de mi condición de persona especial. Pertenecer a grupo PAS es algo relativamente nuevo, lo fui siempre pero hasta hace bien poco no descubrí que formaba parte de un grupo de personas especiales. Creo que si en la escuela me lo hubiesen diagnosticado mi madre, como la mayoría de las madres de antes, lo hubiera sufrido en total y absoluto silencio, con sentimiento de culpa y quizá incluso, vergüenza. De hecho, a día de hoy, sigue habiendo personas que no hablan de los problemas de condición o salud, ser especial o padecer una enfermedad, sobre todo si se trata de una enfermedad mental, continua siendo tabú, algo de lo que no se habla, como eludiendo su existencia, como un estigma que avergüenza.

Igual ocurría hace años con las personas que tenían alguna experiencia diferente al resto, sobre todo si el hecho en cuestión era de carácter negativo.
Javier era el segundo amigo, después de Lewis, que perdía en un accidente automovilístico, y eso sin contar a Samuel, que perdió la vida a causa de una grave enfermedad y con el que yo tenía una bonita amistad. Qué hubiera sido de mi si todo esto se hubiese sabido? Imaginan? Seguramente que hubiesen bautizado en el barrio como la viuda negra y me hubiese quedado con ese nombre para siempre. Prefiero que me digan la rara o la loca, pura envidia porque ni tan siquiera pueden decir que me conocen. Creen que saben, nada más, pero si supiesen crearían historias sobre mis mañas para asesinar, seguro, mis antiguas vecinas son una especie de supernenas de las de Aquí no hay quien viva, ya saben.

Vayamos a lo serio de nuevo, las pérdidas de personas queridas y su duelo en silencio me convirtió en alguien todavía más diferente que el resto. No manifestar emociones físicamente no era una incapacidad, era y a día de hoy sigue siendo una disciplina fruto de un entrenamiento continuo desde que tengo memoria, un mecanismo de defensa desarrollado para no destapar mi verdadero yo, para mantenerme a cubierto, segura, como el cobijo que sentí cuando estuve en la isla…