Mi vida ahora es otra y no tengo a quien  contarle mis secretos. Ahora que ella me abandonó, nada tiene ya sentido. Ahora me doy cuenta que no era ella, era yo. Me he dado cuenta tarde,  aunque dicen que siempre es mejor que nunca, creo que mis esperanzas reales de recuperarla son prácticamente nulas, pero ahora, más que nunca, no puedo continuar con ese rol pasivo que aprendí
en mi niñez. Entre otras cosas, me di cuenta que acabamos obrando según hemos visto obrar, mucho más que todo lo que nos hayan dicho o hayamos oído. Mi madre, como la mayoría de las madres de mi pueblo, diferenciaba firmemente entre los hombres y las mujeres y los roles que estos debían
desempeñar en sus casas y fuera de ellas, yo crecí sintiendo estas doctrinas como algo natural. Mi padre trabajaba, después de trabajar iba a la taberna, nunca me reñía, no recuerdo más. No tengo ningún recuerdo de mi madre donde no hiciese algo: limpiar, cocinar, lavar, planchar, comprar, llevarme al colegio, ir a trabajar al campo… Antes sentía todos estos recuerdos con cariño, con orgullo de tener unos padres como los míos, hasta que un día llegó ella, y me enamoré. Nuestras familias eran del mismo lugar, pero ella nació en la ciudad.

Mi madre la aceptó, aunque hace pocos días, mi madre me dijo que nunca le había gustado, que sabía que acabaría haciéndome daño. Pregunté a mi madre porque nunca me lo dijo y ella, con toda naturalidad me respondió que, ella jamás contradiría a su hijo, lo mismo que nunca lo hizo con mi padre. Me dejó casi en shock.
Mi hasta hace unos días compañera, había tenido también una educación similar a la mía, pero en la suya había un par de diferencias básicas: Su padre no era un padre como el mío, el suyo la reñía cuando era necesario, le enseñaba el proceder correcto, le daba indicaciones… Su madre, a diferencia de la mía, no acostumbrada a dar la razón porque sí a su esposo; La otra diferencia básica, y razón por la que siempre fue mejor que yo, aunque yo hasta que me dejó no fui consciente fue un
acontecimiento en su vida que la marcó en su personalidad para siempre: Su padre siempre había esperado que su primer hijo fuese un varón para perpetuar su apellido y, se llevó tal decepción al encontrarse con una mujer, que siempre se lo relataba a su hija a modo de anécdota, lo mismo que otros miembros de su familia en algún momento, se lo habían explicado.

Por alguna razón, ella siempre quiso demostrar a su padre que el hecho de haber nacido mujer, no le quitaba capacidad para conseguir exactamente lo mismo que un hombre, y así lo hizo: Aprendió desde muy chica los roles de persona, unos por educación y otros por mera observación.
Y yo, en mis entendederas de niño eterno, no me di cuenta hasta bien tarde, de que solamente un gran amor la mantenía a mi lado. Ella, para otras cosas, para bien o para mal -para mal mío claro está, nunca necesitó a nadie…