Intenté esquivarlo dando un paso a mi izquierda, pero, cual no fue mi sorpresa cuando descubrí que ese flanco también estaba cerrado por dos chicos más. Les pedí que me dejaran pasar, que tenía prisa, que el tren estaba por llegar. Sin mediar palabra me agarraron. Yo ofrecí resistencia y ellos me golpearon, y entonces perdí el conocimiento, lo último que recuerdo es su olor a alcohol y a colonia rancia. No recordé nada hasta que desperté en el Hospital Príncipes de España dos meses más tarde. Parece ser que mis propias amigas me encontraron tirada en la calle, muerta aparentemente, cuando regresaban a casa. Fueron a la estación y pidieron ayuda. Yo de todo eso no recuerdo nada.

Cuando después de seis meses me dieron el alta, tuve que visitar a unos doctores en el Hospital de Sant Boi. Todas las semanas me llevaba mi padre en el coche, yo era incapaz de subirme al tren y menos, entrar en la estación de Sant Boi.

Al cabo de un año, los doctores determinaron que ya estaba bien y me dieron el alta. Pero, yo no estaba bien, yo sabía que aquellos chicos me habían hecho daño y mi único pensamiento era de venganza para con ellos. Sabía que, para ver cumplida esa venganza, yo tenía que superar el asunto de la estación y, además, conseguir que mis padres volvieran a dejarme salir. Eso era una misión casi imposible, pero de una manera u otra tenía que conseguirlo. Y lo conseguí. Nadie era consciente de mis mejoras, de la vuelta a mi memoria de aquellos horribles momentos. No podía decir nada, quería que pagasen por lo que me habían hecho y quería cobrarme yo misma de todo aquel dolor, de todo el sufrimiento padecido por mi y por mi familia. Cuando pasan estas cosas, uno descubre quienes son sus verdaderos amigos y sus buenos vecinos y compañeros. Eran muy, muy pocos.

Continuará…