Hace muchos, muchos años, conocí a un marido que por San Valentín regaló una botella de quina San Clemente a su esposa, según él, para ponerla contenta con el regalo. Y lo consiguió. La mujer muy emocionada, sacó dos copas finas de la vitrina donde guardaba la cristalería buena y sirvió dos copitas para brindar con su marido. Pasado un rato y unas copitas más allá, la mujer, envalentonada con el alcohol, le preguntó a su marido por el jamón. No había jamón. Esa noche, el hombre durmió en el sillón, mientras ella disipó los efluvios del alcohol a pierna suelta en su habitación. Y desde entonces, no hubo más regalos para San Valentín.
Hoy descubrí que San Valentín es algo parecido a Bitelchus, con la diferencia de que cada vez que uno lo nombra aparece un Valentín diferente. Eran tres los San Valentines: Uno, sacerdote romano que casaba soldados y lo mataron; y los otros dos, obispos, que, parece que se murieron solos. Moraleja, si no quieres que Claudio II se enfade, no cases soldados.
En el trabajo, Mónica nos trajo una caja de bombones, nos hemos puesto bien dulces todos. Pero les diré un secreto, Mónica nos comparte bombones muchas veces, no solamente por San Valentín, que es lo bonito.
Volviendo al principio, al quinito y al jamón, les diré que yo he recibido uno y me ha hecho mucha ilusión.

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