A pesar del tiempo transcurrido y todas las cicatrices más que curadas, sigo sin hablar de ciertos episodios de mi vida. No sé que ocurre, pero es imposible sacar de mi todo lo ocurrido en los años que me vi perdida, sin apoyo, cuando Marina abandonó mi vida para dedicarse a su flamante marido, bueno, más que dedicarse a él, se dedicaba a la gestación y crianza de los herederos Stewart. Era su misión, era el objetivo de aquel acuerdo comercial pactado entre sus padres cuando ellos eran unos niños.
Yo no tenía ese problema, pero quizás tenía otros. La vida austera es dura, sobre todo cuando eres una adolescente, dió lugar a que me convirtiera en una joven díscola que aprendió a nadar y guardar la ropa pero nunca pudo ganarle el pulso a su conciencia, y ahí sigue ella, machacándome a diario hasta el resto de mis días.
Hoy el día amaneció de lo más feo, el día de las tres ingracias que no desgracias: gris, húmedo y ventoso. La radio recordaba antiguas canciones de amor y con una de ellas retrocedí de pronto hasta ese punto 🧶 oscuro de mi vida que nadie conoce, ni tan siquiera Marina.

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