LA GLORIETA DE LOS SUICIDAS

Justo ayer viernes, cuando volvía en auto de la piscina del pueblo de al lado, que dista de mi localidad algo más de tres kilómetros, decidí parar en Mercadona para hacer la compra semanal y así, parecido a lo que acostumbramos a decir, matar tres pájaros de un solo tiro, un auténtico ahorro, que en estos tiempos que vivimos, resulta todo un reto.
Por un lado, al comprar el viernes por la mañana, evito la aglomeración típica del fin de semana; en segundo lugar, dispondré, si no hay ningún imprevisto de última hora, de dos días de descanso, en los que me podré dedicar a alguno de mis pasatiempos favoritos: si me levanto con inspiración, terminaré la cajita de Mateo, que ha nacido antes de que la termine, y si me levanto más vaga, jugaré al solitario en mi posición de Gran Maestro Kingle o leeré alguno de mis libros pendientes del Kindle, de esos que voy almacenando cuando hay ofertas, o quizá la prensa digital. Tengo opciones, como puede verse. De trabajos domésticos nada, eso de lunes a viernes, como el trabajo de la oficina, porque si algo he ido aprendiendo a lo largo de los años, es que aparte de vivir el hoy, porque mañana quizás no estoy, es a dosificar y en lo posible, ordenar.

Dicho esto, voy a explicar lo que ocurrió a la salida del supermercado, razón por la cual decidí escribir este relato.

Al salir del centro comercial hay una pequeña rotonda y en la primera salida es la del camino a casa. Al tratarse de una zona no residencial, no hay muchos pasos de peatones, aunque siempre hay que ir pendiente de los vecinos que caminan por allí, sobre todo por prescripción facultativa: “Tiene usted el colesterol altísimo, además de esta pastilla, debe caminar diariamente una hora”.
Así, la vía que une las dos localidades, es conocida por los vecinos como la Avenida del Colesterol. Seguro que les suena, porque en casi todos los pueblos hay alguna.
La carretera mencionada, en el lado de entrada al centro comercial tiene una amplia acera, pero en el de salida, solamente hay campo y a pocos metros, la antigua vía del tren. Es por ello que hay que circular con precaución, aunque sea un camino poco transitado durante la mayor parte día, pues los caminadores muchas veces, quedan impresionados por alguna flor, algún espárrago o alguna seta, y cruzan los cuatro carriles y la mediana ajardinada, sin dar importancia al tráfico que es poco, pero no inexistente.

Acercándome ya a la salida de la rotonda, vi a un hombre de mediana edad que se disponía a cruzar -pensé que se había despistado- y para que no me abollara el coche al atropellarlo, me vi obligada a dar un brusco golpe de volante y dar una vuelta entera a la rotonda.

Me sentí enfadada por la temeridad del caminante, y para no tentarme con trifulcas, entré y salí del centro comercial una vez más, esperando a dar tiempo al individuo a escapar de mi ángulo de visión.
Cual no fue mi sorpresa cuando al llegar al mismo punto de salida de la rotonda, volví a encontrarme con el individuo, y esta vez, frené en seco y sin poderme contener, empecé a gritarle.
• Oiga, ¿quiere usted morirse o qué? – el señor, me miró escandalizado por mis voces y gesticuló girando su índice sobre su sien. -Pero ¿qué le pasa hombre?
• Quiero morirme. -respondió.
• ¿Cómo que quiere usted morirse? Me parece perfecto si es su decisión siempre y cuando no incrimine a otras personas.
• Anda, vieja loca, corre a tu casa que se te van a quemar las lentejas- ahí ya no pude más y me bajé del coche. El hombre, dio un paso atrás, no esperaba mi reacción. Me fui a la parte trasera del vehículo y abrí el maletero. Saqué de allí un palo que heredé junto con el coche de mi padre y me fui hacia él. El hombre pareció asustarse, y ya con un tono de voz menos altanero me dijo.
• Señora, por favor, atropélleme, haga una buena frenada, de esas que se marcan en el suelo- mientras hablaba, metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó doscientos euros- tome usted, para que cambie las ruedas, no tengo más.
• Pero buen hombre, ¿Cómo va a querer usted morirse así? ¿y si lo atropello y no lo mato? ¿y si se queda cojo? – le dije.
• Mire usted, tengo una enfermedad degenerativa, me ha dicho el médico que va rápido y que en menos de un mes voy a quedar postrado en una cama y que luego… lo que mi cuerpo aguante. No hay cura. – Dijo asintiendo mientras unas lágrimas furtivas corrían por sus mejillas.
• Mire, yo estoy infectada de dolores, pero sentir dolor me recuerda que estoy viva, no se deje morir hombre. Aproveche la vida, hasta con su dolor, que es algo muy grande.
• Gracias señora. Vaya usted con Dios.

Me subí al coche con la satisfacción de haber hecho la buena obra del día y continué camino a casa. Ya en la cocina, mientras preparaba la comida, recordé el incidente y lo primero que pensé era en el poco aguante que tienen algunas personas ante la adversidad.
Mientras removía las lentejas, escuché una ambulancia, una de tantas, pensé, pero mi subconsciente me traicionaba escuchando unas campanadas a muertos. ¡Qué imaginación tienes compañera!, pensé.

Al día siguiente mientras desayunaba, leía las noticias en el teléfono como todas las mañanas. De repente, un frío recorrió mi maltrecha anatomía. Lo había hecho.

Diari de Tarragona
Atropellamiento mortal en Port Haley
Ayer a las 13:00 horas, AMD de 53 años, falleció tras ser envestido por una furgoneta de reparto de Mercadona….

Muerte…
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About Mechas Poval

Lamari Poval, Escritora salouense nacida en Barcelona. Multifacética en aficiones y destrezas, bloguera desde el año 2006. Aunque el oficio con el cual uno llena su despensa no sea el de escribir, si uno se levanta por la mañana pensando en escribir y es feliz cuando escribe, es escritor. Actualmente expone sus creaciones en "El racó de Mechas", de Mechas Poval y "Con un par" de Lamari Pujol. Publicaciones: UN RELATO PARA OSCAR, 2012, ed. Puntorojo MI HERMANO KEVIN,2013,ed.Vivelibro CUANDO LA MARACA SUENA,2014,ed,Amazon kindle CRÍMENES DE ASFALTO, TIERRA Y MAR, 2019, ed Vivelibro
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