“Vámonos a casa” me dijo. Caminábamos en dirección a su casa. Yo temblaba como un folio al viento, y mi cara estaba más blanca que la pared de mi casa. “Antes de que todo ocurriera, yo era matrícula en química, mira, vienen los bomberos ¿qué habrá pasado?” Me sonrió de manera extraña. Mi padre llegó tarde a recogerme, había muchos bomberos y ambulancias, me dijo.
Me despedí de mi compañera. No volvió a clase nunca más. Tuvo un brote psicótico y la ingresaron en el psiquiátrico. En clase nos dijeron que estaba enferma y que no volvería a clase. Luego nos enteramos de la verdad, estaba ingresada.
Durante un tiempo pregunté por ella. Luego, me trasladé fuera del país unos años y todo aquello se quedó como enterrado en el tiempo hasta que hace unos días, recibí una llamada de un teléfono de Barcelona, un 34 93. Me llamaban del psiquiatrico. Por los visto mi ya amiga, había fallecido. No tenía a nadie, sus padres ya habían fallecido.
Parecía que era aficionada a mis libros de crímenes. Siempre le decía a su terapeuta que conocía a la autora, que era su amiga. Yo escribía con pseudónimo, no sé como lo averiguó. Tras la noticia, volé con destino Barcelona para despedirme de ella. Todos había cambiado en esos años, las ciudades eran más extensas y los polígonos habían proliferado como setas en detrimento de los huertos, pero aquel lugar continuaba siendo sombrío, y el pasado, volvió a mí.
Continuará…
El racó de Mechas 
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