Suele pasar que cuando uno lleva ya un tiempo deambulando por estas tierras, se da cuenta que las modas al igual que la historia o a la economía, acostumbran a llevar una trayectoria oscilante, repetitiva. Lo cierto es que uno comienza a darse cuenta que lleva ya unos años en el escenario cuando ya no son los trajes o los zapatos de mamá los que de nuevo volvieron a llevarse, sino que son aquellos que un día ya tuvimos.
Dentro del conjunto de elementos a repetir destacaré los abalorios y amuletos de la suerte. Hay temporadas en las que gran parte de la población se engalana de igual forma, en ocasiones se debe a una tendencia estética pero otras veces son otros motivos los responsables de nuestros complementos.
Durante los periodos de crisis, el oro pierde protagonismo y no solamente por la decadencia económica, culpable en muchas ocasiones del desprendimiento obligado de joyas familiares, más valiosas para uno por el sentimiento que representan que por su valor material, sino por el miedo a sufrir un atraco de tirón donde además de quedarse sin la joya uno acabe maltrecho, tirado por el suelo. Hablando del tema de los oros, diré que en una de esas crisis antiguas las señoras de Saraperra pusieron muy de moda los metales bañados, haciéndolos pasar por buenos ante la galería de lucimiento.
Los pertenecientes al término de Legal se decantaron por la plata de ley y los de Alternativolandia le dieron empuje a los metales conductores y a los cordones tejidos –en un principio fueron los cueros pero el peso del ala natura del parlamento consiguió presto la abolición de ese tipo de mercadeo para preservar las especies.
En lo referente a los diseños, al igual que en las sociedades que los lucen, en todos hay de todo: Siempre hay quien comulga discretamente y quien por el contrario necesita un paso de semana santa conmemorativo al efecto.
En cuanto a que tipo de piezas se utilizan, coincide que en los malos momentos, suelen ser los abalorios con carga emocional los que se llevan el top ten en los puestos de uso.
Un ejemplo todavía presente para muchos por su cercanía en el tiempo es el dije atrapa-ángeles. Justamente fue al comienzo de nuestra crisis actual cuando empezaron a verse colgados por lo cuellos, muchos de ellos rebotando en silicónicas delanteras mecenadas por el boom del ladrillo. Todo parecía una extravagancia más, dentro del gasto superfluo y excesivo generado, pero no, algo estaba cambiando, al igual que en el siglo XXVII el arte barroco había surgido a modo de máscara veneciana, majestuosa, tapando un rostro ajado, desgastado por los años, por la mala alimentación, los abalorios de gran tamaño estaban ahí, diciendo que no pasaba nada, que se seguía nadando en la abundancia, que los perros seguían atándose con longanizas o con esvarosquis, cuando todo no era más que una careta. Y las bolas atrapa-ángeles eran cogidas con fe entre las manos de sus poseedoras, que deseaban volver a aquella rutilancia social que se habían visto obligadas a abandonar. La cruz de toda la vida también había vuelto a escena a modo de rosario collar, como rezando sin que se sepa, como alardeando de una modernidad que en realidad ahoga o como escondiendo una espiritualidad que avergüenza, que no se lleva.
Todo esto al final no es más que un tomar o retomar una fe –o la fe- como la necesidad que te lanza a agarrarte a un clavo ardiendo.
Dicho esto, recordaré un atrapa-ángeles poco visible que se adosó a la maga por aquel entonces. La maga, vidente mala donde las haya para sus asuntos, desdeñó tal objeto como siempre hizo con amuletos colectivos. Lo fachionguef nunca fue lo suyo, sobretodo en lo que a temas extracorpóreos se refiere. Pero lo cierto es que siempre estuvo, de hecho está porque no se ha ido a ningún sitio, muy en contacto con todos los temas invisibles, al margen de modas y tendencias, de forma íntima y personal.
Con esta proceder, sea para bien o para mal, todo queda para ella, es quizá una extraña demostración de egoísmo, o por lo menos así quiere ella que lo entendamos, a pesar de ello, este extraño proceder la colma de felicidad y le regala porciones de vida de forma inesperada que colman sus aspiraciones, sintiéndose arropada de unos ángeles – bueno, realmente no son ángeles, sino sirenas, pececillos y tritones que habitan en un extraños lugar que llaman La Peixera- que se insertaron en su existencia para ayudarla a cumplir sus sueños.