Durante aquella larga ausencia fueron acumulándose enseres en el trastero.
La maga continuaba ajena a todo,ya cada vez eran más escasos sus regresos, su vida había mimetizado el vaivén de la mecedora que el mismo día de su marcha, había regalado a su madre.
No fue esa ausencia el detonante. Ella ya era así. El dolor se había convertido en su dueño cuando era todavía una niña y rápido aprendió a prescindir de personas y cosas. Ya nada era importante aunque en ocasiones su corazón daba un vuelco, parecía recobrar la vida. En esos momentos, ella tragaba saliva y se armaba de hierro, no permitía que nada ni nadie volviera a llegar allí dentro.
Ya sumida, como digo, en un mundo ajeno al resto, de vez en cuando salía, todavía la vida le daba algún pretexto. Incluso hubo un momento en el que cambió el rumbo y aprovechar el viento, más esto no sirvió más que para contentar al resto.
Quien le iba a decir a ella que un día, los enseres perderían el polvo y se recobraría la vida, todo cuando más convencida estaba que el dolor era su amo, su penitencia y su guía.