Este año más que nunca las sillas vacías han tomado protagonismo en las mesas navideñas. Solo recordarlo ensombrece mi ánimo y pienso en la tristeza que este lugar desierto en el hogar produce o más bien llevan consigo, mis amigos y familia, aquellos a los que la muerte ha sustraído a alguno de sus seres más cercanos: hijos e hijas, esposos y esposas, padres y madres, hermanos y hermanas.
No puedo evitar este sentimiento gris y descarnado, una sensación que me lleva a recapacitar sobre lo efímera que es la vida y la poca consciencia que ponemos en ella.
Llegados estos días críticos donde muchos de nosotros deciden marchar, quizás sería tiempo de no permitir que el espíritu nos engañe y seamos nosotros mismos quienes lo creemos todos los días de nuestra vida.