Soy de aquellas que piensa que el caos suele acompañar a los significados que ayudan a definir al artista. Quiero aclarar que al decir artista, no solo me refiero a aquel reconocido, que despunta en su disciplina, sino a todo aquel individuo inquieto en particular, creador en general.
Dentro de mi inquietud intrínseca debo aclarar que el desorden no acostumbra a formar parte de mi entorno particular, lo cierto es que cuando creo, aunque sean cuatro humildes palabras, acostumbro a hacerlo en un ambiente prácticamente aseptico. A pesar de recurrir a esas aplicaciones que nos ayudan a registrar nuestra idea en cualquier momento, también tengo una especial sensibilidad a cualquier orden quebrado, aunque mi hábitat más cómodo sea justamente la anarquía a casi todo lo establecido, pero claro, es mi anarquía y la situación actual comienza a afectarme. No me importa el confinamiento, de hecho me da tremenda pereza sacar los perrillos de paseo y hacer la compra. Soy de los que esperan el fin de semana para clausurarme en casita y dedicarme a mis cositas, primero a las obligadas que suelen ser las que me gustan menos y en segundo lugar, si las fuerzas no me abandonan, entonces y solo entonces, me deleito en la lectura de un buen libro, en alguna serie de televisión o en crear algún nuevo artilugio, sea de pintura, costura o escritura, que me permita expandir, sobrepasar la frontera de mi misma, distensionando todo mi ser.

No acostumbro a meditar aunque en estos días difíciles sentí que era tal mi tensión interior que tuve que recurrir a uno de esos post del Ivoox para ayudarme a dormir. No estoy durmiendo mal realmente, pero no con la total placidez a la que estoy acostumbrada. Debo confesar que no solo el encierro ha contribuido a perturbar mi serenidad.
En los días de confinamiento me adherí a la propuesta de teletrabajo de mi empresa, retomé la práctica del yoga pero no fue suficiente para sentirme cómoda.
Comencé a escuchar un podcast de meditación guiada para dormir pensando que en nada podía perjudicarme.
Empecé a escuchar, no recuerdo las palabras exactas ni tampoco aproximadas. Recuerdo, eso sí, a una mujer que hablaba despacito y nos iba hablando de respiraciones profundas, de números asociados a nuestro lento hálito, de viajar por las partes de nuestro cuerpo…
Y de repente, yo no estaba allí. Me encontraba en la puerta del cementerio del sudoeste -no es la primera vez que me traslado allí, he de reconocerlo- esta vez es una yo muy joven, ataviada con un pañuelo en la cabeza y delantal muy vistoso que combinaba muy bien con el pañuelo. Empecé a llorar mis dos yo lloraban tímidamente. Sin ser consciente me adentré en el cementerio.
A ambos yo, les vino un recuerdo impactante, fue allí, en aquel camposanto donde por primera vez sentí un contacto directo con la
muerte, un primer dolor de mi corazón relacionado con ella y tácitamente me vi él, en esas lágrimas que debía sacar desde hace tiempo pero que este organismo inmune´en el que se ha convertido mi cuerpo no me permitía y míralo, no viene de ahora y no de un mes, de un tiempo atrás… no sé exactamente cuánto… lo último que puede haber sido es un dolor mucho más grande que el corona, justo que ha llegado conmigo, pero sé… que no es ahí… sé que es mucho más atrás.