Como en la película 🎞️, mis padres siempre ♾️ me decían: «Niña, no hables con extraños» y yo, a veces no les hacía caso…

Me encontraba sentada en un banco de la Rambla de Santa Mónica con la mirada perdida en las nubes de humo cuando de repente alguien tocó levemente mi hombro. Oh! De repente , un extraño lo Yo, absorta en mis pensamientos como es costumbre, no reparé en la llamada de atención.  Era día de carnaval y un hermoso joven se me acercó.   Me pidió que le permitiese sentarse a mi lado a lo que yo respondí con un seco “la calle es pública”.  Él, en ese momento me sonrió, dejando entrever unos atractivos colmillos semigirados.
No era mi día, mis amigas habían ligado y yo me había quedado sola esperando que fuese la hora de llegar a casa.  Estaba triste.  Me había quedado sola y de repente aquel infante de marina me estaba sonriendo.  Sin darme cuenta, me vi enfrascada en una conversación, en poco menos de media hora me había explicado la historia de su triste vida mientras que yo  asentía. 
Vi llegar a mis amigas y pensé que por fin podría liberarme de aquel pesado que parecía estar sereno.  Solamente venían a decirme que se quedaban por allí, que volviese a casa sola.
Él muchacho de los colmillos semigirados se ofreció a llevarme a casa.  Le dije que no pero viajó a mi lado en el metro y me acompañó hasta el portal de casa. 
Me dijo que nos veríamos al día siguiente pero ese día, nunca llegó.
A día de hoy pienso que fue una especie de ángel de la guarda que vino a cuidarme aquella noche de carnaval.  Sigo teniendo el presentimiento de que al girar la esquina volveré a encontrarme con aquella sonrisa de colmillos semigirados.