Durante muchos años, allá por la prehistoria de mi vida, justo cuando se escribieron los mejores relatos y se gestó mucho de lo malo que tendría que llegar, pasé muchos días de fiesta en un pequeño pueblo de la Comunidad Valenciana.

Hace un tiempo dediqué unas líneas a algunos de los momentos vividos por aquellas tierras donde, a mí manera, viví momentos de felicidad. Sería bonito escribir «donde fui feliz», seguramente sería más tierno, entrañable, idílico y también, mentira.  ♾️ Siempre he defendido la idea de la felicidad en porciones, trocitos de felicidad, momentos de felicidad, pero nunca he podido concebirla como un estado en el que alguien puede estar, estar como ser. Se que quizá es una visión muy personal y por ende difícil de entender pero, así la siento, de la misma forma que no mentir, sobretodo por no endulzar, me hace sentirme bien.

Ya, ni tan siquiera endulzo ante desconocidos, antes tampoco pero quizá era más sutil. Pero es que empiezo a estar harto de tanta sutileza que no lleva más que a engaños. Unos engaños que no hacen más que entorpecernos como seres humanos, que parecen narcotizarnos y llevarnos a una realidad a medida que no existe más que en nosotros mismos y de la que no somos conscientes.

Volviendo al principio les revelaré un secreto. Cuando llegaba a aquel pueblo, lo primero que hacia nada más salir del auto y entrar en casa, era subir a mi habitación, sacar el tocadiscos del armario y poner un disco  siempre era el mismo, Killing me softly de Roberta Flack, y al escucharla, era feliz, muy feliz.

Ayer nos dejó pero siempre tendremos su música, esa que tantos momentos felices nos dió, sin tan siquiera conocernos. Va por ella,❣️