Cuantas veces he
escuchado esa frase tantas veces
utilizada como recurso
novelístico que dice:
“El pasado, cuando
regresa, es para quedarse”
Lapidaria, se podría decir.
Pero, ¿alguien se planteó alguna vez si dicha afirmación
tiene alguna solidez argumentística que la sostenga?
Al no tratarse de una expresión matemática, tenemos que
descartar una fórmula.
Si por su trato peyorativo al pertenecer al género de la
telenovela, somos consecuentes en el trato, también deberemos excluir de dicha
demostración, una conversión de la misma en una proposición.
Nos quedan pocos campos serios donde poder efectuar
demostraciones y como muchas veces, tenemos que recurrir a la leyenda urbana,
al ejemplo, o quizás a la explicación de una mente sedienta de contar
historias, de entretener a su público cual trovador del medioevo.
A éste, mi último párrafo, me remito. Y a continuación os hago un resumen de su
historia.
Tengo una buena amiga
que vive en una aislada masía en la zona del Maresme.
Hace unos años
decidió casarse con su pretendiente de toda la vida, guapo, rico y buena
persona. La adora, la idolatra. Ella, desde siempre, desde niña, ha
mantenido una relación de sincera amistad con él, pero nunca lo ha amado. Pese a eso, con toda la verdad por delante,
decidieron unir sus vidas y para los ojos de todo el mundo han sido una pareja
idílica, unos eternos novios.
Hace unos días, mi amiga recibió un correo electrónico con
el apellido de su marido.
Nada más verlo, lo primero que pensó es que donde él se
encontraba de viaje, no tenía acceso a su correo habitual y se había creado una
cuenta nueva para comunicarse con ella.
No le dio más importancia y se fue al pueblo ha hacer unas compras y
tomar un café conmigo.
Al llegar a casa, antes de acostarse, recordó el mensaje y
fue a su ordenador. Cual no fue su
sorpresa cuando al abrir su mail, descubrió nuevos mensajes desde la cuenta
habitual de su esposo. Al mirarlos por
encima y ver que todo era correcto, se
fue rápidamente a clicar aquel mensaje que había dejado pendiente antes de
salir.
Empezó a leer y no podía dar crédito a lo que estaba
leyendo. Era un correo de su cuñado en
el cual la invitaba comer al día siguiente en el Ferran, a pocos kilómetros de
su casa.
Hasta aquí, todo puede parecer normal, pero tengo que hacer
una pequeña aclaración., su cuñado había muerto hacía treinta años en un
accidente de coche, cuando tenía catorce.
Sonó el teléfono de
casa. Era muy tarde y salté de la cama
sobresaltada. Ella lo estaba más. A través del auricular podía escuchar los
latidos de su excitado corazón. Su voz
no me parecía invadida por el pánico, al contrario, me pareció estar hablando
con una persona somnolienta, incluso algo sedada.
Cuando me explicó, tuve una relación completamente opuesta a
la suya. Yo si que sentí miedo, por un
momento sentí un autoabandono y la desaparición súbita de mis pulsaciones y de
mi temperatura corporal.
Tuve un flash del momento en que nos enteramos del accidente
donde el falleció y por un momento sentí en mi pecho aquel desgarro, aquel inmenso
dolor que su muerte nos produjo.
Éramos muy jóvenes, apenas unos niños que jugaban a ser
adultos cuando aquello ocurrió, y desde aquel día, el golpe recibido y su
ausencia repentina, no inmunizó ante la muerte y el vacío que deja en nosotros
cuando se trata de alguien muy próximo.
Colgué el teléfono y me abracé a la almohada llorando. Llorando y muerta de miedo.
En cuanto se hizo de día, me personé en casa de mi
amiga. Ya tenía el café preparado.
Decidimos que yo iría una hora antes al restaurante para
comprobar cualquier moviendo anormal.
Diez minutos antes de la
hora, entró en el aparcamiento del resturante un AudiTT negro y me
pareció ver al marido de mi amiga dentro..
Agudicé la vista y comprové que pese al parecido, tenía el cabello más
claro y era menos corpulento. Hubo un momento en que cruzamos la mirada en el
acto de la espera, el hombre tenía unos ojos azules espectaculares. No había duda, si no había resucitado, era su
clón, y lo más probable es que no hubiera muerto nunca.
Pero ¿Qué sentido tenía todo esto?
A la hora en punto llegó mi amiga. Si yo hubiera sido ella creo que me hubiese
desmayado. De hacho, casi me ocurrió, y
eso que la cita con el más allá no iba conmigo.
Por un momento el comportamiento de mi amiga me hizo dudar,
me dio la impresión de que ella conocía la existencia de su cuñado, aunque
cuando me llamó a la mesa, pude comprobar que me equivocaba.
Yo podía dar crédito a lo que estaba escuchando y menos a la
naturalidad con que mi amiga se lo estaba tomando.
Al salir del restaurante, yo permanecía callada. Mi amiga se despidió de el con una soltura
similar a la que tienes con alguien que ves a menudo.
Cuando se alejó en su TT, mi amiga me dijo que dejaba coche
allí, que ya volvería a buscarlo. No
llegó a mi coche, se desplomó en mis brazos.
Como pude la senté en el coche y le puse un poco de colonia
en la nariz y en las sienes. Empezó a
reaccionar. Me miró y me dijo: “Ha
vuelto. Ha vuelto para quedarse y para
recuperar todo lo que es suyo”
Pasado el tiempo, fui testigo de esa afirmación. Había vuelto, no sé de donde ni cómo, y poco
a poco, fue recuperando a sus amigos, sus posesiones, el sitio que un día había
dejado vacío y a mi amiga.
Una tarde me dijo: “Solo volví a poner las cosas en su
lugar, pero ahora, ya no puedo irme”
Y todo, porque como en la telenovela, el pasado volvió, para
quedarse.