Era solo una cuestión de tiempo.
¿Qué porqué no creo en el amor? ¿Qué porqué no me enamoré nunca? Que si todo eso eran faroles de chica dura, que si paquí, que si payá…
Y es que pocos, solamente aquellas que han vivido algo similar pueden entenderlo…
Volver una tarde de una discoteca, de día y con sol, en una calle semiconstruída… para llegar antes a casa.
Y que a ti y a tu amiga las abordes tres desconocidos, les pongan una navaja en el cuello y las tiren al suelo. Tras eso, oírlos hablar entre ellos, con el ruido del tren de fondo, preguntando si somos vírgenes y lo que les puede caer… y decidir que lo mejor es meter sus penes hediondos en nuestra boca. Y nosotras con la boca cerrada. Y el hedor entrando por nuestras fosas nasales…
Y al final, en un descuido de ese instante interminable, echamos a correr, con las camisas medio rotas por la calle desierta, con una rabia que no deja salir ni las lágrimas.
Y una queda estigmatizada. Y una decide que nunca más. Que nunca más los mirará con los ojos que los miró hasta ahora. Y desde entonces todo es venganza.
Y para ellos el amor no tiene cabida. Se han convertido en agresores, en profanadores, no solo de unos cuerpos impolutos, sino de almas blancas que ya nunca volverán a serlo.
Y lejos queda aquel niño por el que notabas todo el rollo aquel de las mariposas, ahora es uno de ellos, aunque nunca los sepa.
Y pasa el tiempo y te sigues sintiendo culpable de seguir viva, y por eso prefieres no amar, para no recordar aquello.
Aquella tarde en la que tu vida se convirtió en otra cosa, y de la que a pesar de todo, sigues aquí, viviendo, aunque no exactamente, pero… ya uno no se lo vuelve a plantear, eso de vivir amando… o queriendo…
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