Muchos ya habrán vuelto de vacaciones, otros, recién las empiezan.
Yo me encuentro en el primer grupo. El lunes de nuevo, me incorporo a la rutina del trabajo, del deporte, del blog…
Si es verdad que podría haber escrito durante estos días, pero cambié tanto mi ritmo aunque no salí de casa, que ponerme ante el teclado se convertía en todo un pulso a la pereza. Eso de ejercer las veinticuatro horas del día de madre, hija, hermana, tía y esposa agota…
De la última, que es la que yo vengo relacionando con las mujeres florero es de la que esta tarde, voy a permitirme divagar, de esa que debiera ser casi la más importante y que el dolor no permite poner en primer término.
Warrior me pintó hace un tiempo un bello cuento de hadas en un comentario, (por cierto, que tengo que hacer para comentarte?, eres genial.
Y ahí, viene mi inspiración, contenida durante días.
Si que es verdad que un día llega alguien, y tarará tarará, pero el problema no es ese. Por lo menos para mi. Aunque uno recomponga su vida, lo hace con desconfianza, no puede abrir el corazón sin reservas, monta un paripé de su propia vida.
Y luego nada es lo que parece. Un príncipe de cara a la galería te acompaña en el camino. Y tu no quieres un príncipe. Ni quieres ser el trofeo de nadie. Y es como una se siente. Puede ser que exista quien pague por ello, yo no.
Yo quería uno de esos a los que llamar “mi amante, mi niño, mi compañero”, pero… la realidad, poco que ver, nada…
Y esas salidas, de bar en bar, pintada como una puerta para delicia de sus ojos y sus conocidos… me doy asco de mi misma.
Y para más inri, no puedo ahogar mis penas en alcohol porque me toca conducir…
Pero bueno, es lo que hay, y es, seguramente, es lo que me he ganado a pulso.