Hace cosa de un mes tuve una pequeña conversación con alguien, alguien sin importancia. Hablábamos sobre la delicada situación en la empresa y de como, llegado el caso, afrontaríamos nuestro game over.
La cuestión es que no solamente hablábamos sobre la posible salida de la empresa, de como afrontaríamos nuestras vidas, si teníamos buenas perspectivas de supervivencia en el mundo laboral, tan maltrecho en estos tiempos, sino de nuestro equipo de trabajo, que además de ser un grupo formal en la empresa, ha hecho sus pinitos a nivel informal, con algunas salidas esporádicas, a cenar, tomar una copa… en plan hermandad, como si de una familia se tratase.
Se habían empezado a barajar nombres… algunos se indignaban y se peleaban con el mundo, otros callaban, yo en esos momentos era la reina de la fiesta, aunque tenía muy claro que todavía no hablábamos de nada formal, aunque yo empezaba a pensar en mis planes de futuro. Lo único que tenía claro es que había habido vida antes de y la seguiría habiendo después de. En esos días descubrí que si había una opinión al unísono de la gente sobre mi persona, es que me consideraban una persona muy valiente.
Yo alucinaba.
Volviendo a la conversación, recuerdo que en un momento dado, mi compañero hizo un comentario sobre una futura salida. Yo le dije que ya no iría a cenar más con ellos, que aquellas reuniones eran de compañeros y que yo dejaría de serlo en breve. El, muy obstinado, me decía algo así como que la raíz ya estaba plantada, pero yo no sentía eso. En ese momento pensé, que como suele pasar, guardaría los afectos junto a los recuerdos. Pensé que la única pena era tener que dejar aquel maravilloso equipo del cual formaba parte, y me consolaba pensando que todo en esta vida tiene fecha de caducidad.
Pasados unos días, todo cambió. Los errores empezaron a enmendarse y yo dejaba ese punto de mira informal en el que había estado y que estoicamente, haciendo gala de un buen humor del que en estado puro carezco, había llevado con entereza aunque no sin nervios, después de todo, de piedra del todo no soy.
El tema formal no se llevó de la misma forma. Me descoloqué. Me di cuenta que todo aquello que había existido, no era real. Nada era lo que parecía. Donde creía ver a alguien fuerte, solo veía cobardía acompañada de despecho, al principio duro, luego… tuve que cambiar mi actitud para sobrevivir a una situación de la cual sin serlo me sentía culpable. Decidí tomar en cuenta todas aquellas pequeñas cosas, aquellos detalles que me dan luz sobre las situaciones y de los cuales siempre hago caso omiso. Por momentos me deslengüé, no tenía nada de lo que escribir que ocupase más de una línea. Todo era caos.
Ahora todo ha vuelto al costoso equilibrio de costumbre, con algún cambio, justo con aquello que requiere la vida para seguir sintiendo que uno forma parte de ella, pero con los ojos algo más abiertos, lo de fuera y los de dentro, haciendo uso de ese sexto sentido que nunca me ha fallado, y que en mis silencios, me permite seguir siendo la reina exclusiva de la fiesta, de esa fiesta que es mi vida.
Sin recomponer nada en lo que ya no creo seguiré adelante después de las tempestades continuas que han asediado mi entorno.
Y el resto, baladí.
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