No es inactividad, no es pasividad ni desidia. Muy al contrario, no es más que la actividad contenida, intermitente, desordenada y centelleante, esa actividad que te hace ir más rápido que la propia vida, ahogándote, sintiendo en tu pecho una opresión que te hace creer que te falta la respiración, esa tan necesaria para seguir viviendo.
Y de nuevo él, aquel que por momentos me da la vida y que en un instante me la arrebata por delante, me deja yerma y sin razones para continuar el camino adelante. Y voy y vengo, y vengo y voy. Y se me pasa ese tiempo que no volverá sin registrar desplazamiento y cansado de tanto agitamiento. Llego al lecho, exhausta ante tanto ajetreo, con un nudo en la garganta, porque soy incapaz de explicar lo que siento. Escucho recitar al Tenorio, de lejos, siéntome objeto de su delirio inmenso.