No puedo resistirme esta noche a revivir en el papel el encanto de mi última tarde con Néstor. Esta noche todo es más fácil. Esta noche, lo que ya no era más que una vivencia que quedó muy atrás en mi vida, ha vuelto de repente a formar parte de mi presente, aunque solamente haya sido en un dulce recuerdo.
La tarde lluviosa invitaba a tomar un café o un chocolate viendo alguna película. En la Paramount, Audriu ocupaba la cartelera pese a su extrema delgadez. Exquisita mujer, siempre llamó mi atención esa sonrisa dispar, como dando a entender que la perfección no exige simetricidades…
De repente, recordé ese viejo disco duro lleno de películas que un día descargué y eché un vistazo a mi cartelera personal. Era obvio que la tarde me pedía una historia de amor épico, pero acabé decantándome por uno de esos algo más mundanos, de esos que yo, en algún momento de mi vida, si no viví, hice el intento.
Volví a ver la historia de Sandra y Fabrizzio en versión original, con la casa de las palomas como lugar de encuentro. Una adolescente enamorada, un gigolo que acaba enredado entre los lazos de la colegiala.
Recordé a Andrade. No podía ser de otra forma. Fabrizzio era él. La casa de las palomas había dejado Córdoba para trasladarse a Castelldefells. La niña, la niña era yo.
Lo que vivían, lo viví yo. No existió una Mariona más auténtica, más verdadera, que la que un día vivió aquel amor. Claro está que, el final no podía ser el mismo, Sandra quedó inmortalizada en la última escena de la película, en la vida real, Mariona creció, como aquellas palomas, o como las gaviotas del Delta próximo, alzó vuelo una tarde y lo dejó solo, en aquella habitación empapelada de revetón marrón, con su balcón mirando a la piscina llena de hojas de platanero, color marrón, marchitadas, como su alma, como, a pesar del triunfo, del gusto de haber cazado al cazador, quedé yo.
Lo verdaderamente diferente eran los tiempos de la historia. Aunque yo era una chiquilla, los tiempos los marqué yo, desde el primer día que escuché su nombre, ya contuvo mi atención, sus historias, su leyenda -fruto básicamente de las envidias barrieras y pueblerinas, básicamente- todo lo suyo me interesaba, me importaba, aun sin haberlo visto. Sin tan siquiera saber como era ya me atraía. Escuchar su nombre aceleraba mi pulso. Se convirtió en mi obsesión.
Entonces yo tenía nueve años. Han pasado cuarenta …
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