Tal oscuridad en el mismo momento del alumbramiento diario del Astro Rey, daba un atisbo de malos presagios. Al mediodía ya eran tres los vecinos que nos habían abandonado para formar parte del barrio de los silencios.
Cada minuto que pasaba, la temperatura ambiente descendía, de la misma manera que el calor abandonaba a un cuerpo tras la muerte.
El parque humedecido por la rociada matutina, desprendía un hedor penetrante; los coches, eran acariciados por sus dueños con palas de silicona, para desprender la escarcha acumulada en las últimas horas.
Esas mismas horas en que las familias daban sus últimos abrazos al ser querido, antes del traspaso.
Tras el desenlace, un quejido profundo y sordo, con sabor amargo, da lugar a las primeras lágrimas negras de los más cercanos. El resto, no hacen más que honrar con su presencia, ya no hay ayuda, no hay consuelo, no hay vuelta atrás tras el dolor producido después del último aliento.
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