Siempre he escuchado que segundas partes nunca fueron buenas y yo hoy, como todo buen espíritu de contradicción que se preste, voy a por la tercera. Voy a continuar intentando el enjuague y esclarecimiento sobre esos conceptos que están siempre ahí, como nosotros, que seguramente están dentro, aunque los entendidos en materias diversas, continúen encauzando nuestro existir en un cúmulo de respuestas a todo aquellos que percibimos de fuera.
Hay que dejar claro de una vez por todas que lo externo no son más que hitos y metas: cosas que ocurrieron y ocurren y aquellas que están por llegar en otro tiempo.
Hay cosas que llegan de manera suave y placentera y otras sin embargo son tan bravas como destructoras al propio ego. No obstante, el ataque externo siempre depende de uno mismo, de lo que uno tiene dentro. Desde el primer día, todo queda supeditado a ello.
Y es ahí donde nuestro viejo amigo y objeto de estos y otros textos, donde realmente le damos entre todos viento para su recreo, para que ice velas y surque no solo mares, sino incluso cielos, y porqué quedarnos cortos, también infiernos.
Y es que cuando coge empuje, se convierte en algo indomable, que hace dudar entre el goce de conocerlo o el saberlo encerrado a buen seguro, como quien dice, muerto.
Y entre todo ello el instante aveces fugaz, que en tu mejilla, nomas separa una lágrima de tu sonrisa, y ahí queda todo, en la magia del momento, cuando uno duda de veras, si todo absolutamente existe o realmente no es más que un sueño.
Y como explicación vapuleante a tan desacertado lapsus, ahí llega quien lo desmonta y recuerda la debilidad -seguramente con rabia, con envidia y con odio mismamente- de aquel que lo está sintiendo.
Hoy todo aunque me resisto, tira desde otro norte, aunque siempre sea el mismo. De nuevo la luz mediterránea inunda la estancia en que me encuentro y que hace, con su magia, ver vivo lo que ayer, sintió muerto.