CONFESIONES AJENAS CON CARLES LLORENS… OTRA VEZ

CONFESIONES AJENAS CON CARLES LLORENS, OTRA VEZ.

Siempre me acaba convenciendo para que le explique algo: Cualquier detalle se convierte en el detonante de una historia cuando ella se encuentra allí, su imaginación no tiene límites y, que decir, de su facilidad para transcribir de manera… no sé como calificarlo, yo no soy escritor…, la manera no sé si sería, elegante o atractiva… quizás llamativa, en fin…

Todo comenzó cuando ella explicaba el via crucis carreterístico del pasado sábado buscando el lugar donde debía asistir a una calçotada. Mientras explicaba todo el itinerario realizado, yo, asiduo visitador de los parajes a los que se refería, recordé un hecho acontecido hace ya muchos años. Fue un día lluvioso de finales de invierno, hace tantos años que ni sabría decirlos, así, a bote pronto, sin contarlos. No hacía mucho que yo me había sacado mi carné de moto y me había comprado una, la primera: una Enduro 75 de segunda mano, que acostumbraba a pararse en los días de mucha humedad, que decir, si se trataba de un día de lluvia.

Mi padre le había dicho a mi madre que se diera prisa en arreglarse. Al escuchar eso, pregunté si iban algún sitio. Mi madre apenas salía de casa ya que el trabajo de la granja junto con la casa, la tenían bastante esclavizada. Era obvio que mis padres iban a salir. Mi madre no salía nunca y justamente, aquel día de aspecto plomizo había decidido hacerlo. Bueno, en realidad, mi madre no había decidido nada. Había sido mi padre, como siempre, el que lo había decidido todo. Pregunté a mi padre a dónde iban y su única respuesta fue “A arreglar unos papeles”, volví a preguntarle, “¿Qué tienes que arreglar?, está lloviendo mucho ¿no puedes ir otro día?

Su respuesta fue “No”, sin más explicaciones, él no acostumbraba a darlas.

Antes de marchar me dijeron que me fuera a comer a casa de unos vecinos. Como llovía tanto, al volver de trabajar no fui a casa, sino directamente a casa de mis vecinos. Juan, el hijo de mis vecinos, y yo, éramos muy amigos, solíamos salir de discotecas los fines de semana.

Nos encontrábamos escuchando música cuando la señora de la tienda de abajo subió rápida y ahogándose a darme un recado urgente: “Carles, cariño, ha llamado tu padre para decir que subas a tu casa, cojas el deneí de tu madre, que está en el cajón del recibidor, y se lo lleves”.

¿Qué se lo lleve a dónde?”, – dije yo -. “Aquí tienes la dirección, dice que te des prisa”.

Sin tan siquiera haber comido, cogí mi moto en dirección a la granja y busqué el deneí de mi madre para llevarlo a la dirección que la señora Ramona me había indicado.

Llovía a mares, y tenía que ir a un pueblo que se encontraba a más de cincuenta kilómetros del mío. No llevaba recorrida la mitad de la distancia cuando la moto se paró la primera vez. Allí me tienen, en medio de la nada, lloviendo a cántaros, sin chubasquero, calado hasta los huesos, intentando calentar la bujía con un mechero hasta que por fin conseguía secarla y la moto se ponía en marcha. Tres veces se paró en el trayecto. Cuando llegué al pueblo, no había nadie en la calle, todos debían estar al reguardo de la lluvia. Calle por calle empecé por la banda derecha. Tuve suerte. Encontré pronto la dirección, era e despacho de un notario. El edificio tenía un portero que me indicó amablemente que debía subir al tercer piso y picar al timbre. Así lo hice. Una señorita me abrió la puerta y me preguntó qué quería. Le dije que era el hijo del señor Llorens y enseguida me acompañó a una sala donde estaban mis padres.

Ya puedes irte”, fueron las únicas palabras de mi padre al recibir el documento. Ni una referencia a mi estado de humidificación. Nada. Yo estaba chorreando y muerto de frío y mi padre no me dijo nada. “Padre, ¿me da usted para un café con leche que estoy muerto de frío?” – le dije -. “Ya te calentarás cuando llegues a casa”, fue su única respuesta.

Durante el camino de vuelta a casa, la moto volvió a pararse dos veces más. Cuando llegué, horas más tarde, casi de noche y mojado como una sopa, mis padres ya estaban allí, pese a haber hecho una parte del camino en autobús y dos en taxi.

Mi padre al verme entrar, no tuvo otra cosa que decirme que porqué había llegado tan tarde, que ¿dónde me había parado?, a grito pelado, con actitud amenazadora.

Ese día estuve a punto de levantarle la mano a mi padre. Mi hermano mayor, me lo impidió. Seguro que, fue mejor así.

Fue un tiempo después cuando nos enteramos mi hermano y yo de lo que nuestros padres habían ido a hacer al pueblo aquel día.

Mi padre había hecho renunciar a mi madre a la herencia de su abuelo: Una casa de pueblo de tres alturas que durante muchos años quedó en uso del otro heredero, un primo de madre.

Mi madre apenas sabía firmar y en casa no había más ley que la de mi padre. Él, en su desviado sentido de la posesión, no solamente había desposeído a mi madre de su herencia, sino también a sus hijos. Nosotros se lo echamos en cara y él, no tenía más explicación que la que su corta cabezonería era capaz de dar. Parece ser que los familiares que ocupaban la casa habían pedido a la hora de valorarla, una bonificación en compensación por las mejoras realizadas, y mi padre, en lugar de negociarlo o de consultarlo con algún profesional, respondió con una de sus machadas a uso.

A la muerte de mi tío, su viuda, sin hijos, quedó como propietaria de la casa. Tiempo después, al morir, ésta la donó a la iglesia. Ella era muy devota. Siempre estaba con el cura, de hecho, creo que pasaba más tiempo con el cura que con mi tío.

Años más tarde, cuando me compré una moto grande para mi capricho, pasé por el pueblo –la verdad es que acostumbraba a incluir la zona en mis rutas de fin de semana siempre que podía.

Un día, tomando café en el bar del pueblo me enteré que al cura al cual mi tía había dejado la casa, lo habían trasladado del pueblo. Escuché decir que había tenido relaciones con algunas mujeres…

LA CASA DEL CURA QUE ERA NUESTRA
LA CASA DEL CURA QUE ERA NUESTRA

UN RELATO PARA OSCAR

 

 

 

 

 

Anuncio publicitario

Acerca de Mechas Poval

Lamari Poval, Escritora salouense nacida en Barcelona. Multifacética en aficiones y destrezas, bloguera desde el año 2006. Aunque el oficio con el cual uno llena su despensa no sea el de escribir, si uno se levanta por la mañana pensando en escribir y es feliz cuando escribe, es escritor. Actualmente expone sus creaciones en "El racó de Mechas", de Mechas Poval y "Con un par" de Lamari Pujol. Publicaciones: UN RELATO PARA OSCAR, 2012, ed. Puntorojo MI HERMANO KEVIN,2013,ed.Vivelibro CUANDO LA MARACA SUENA,2014,ed,Amazon kindle CRÍMENES DE ASFALTO, TIERRA Y MAR, 2019, ed Vivelibro
Esta entrada fue publicada en CONFESIONES AJENAS, ENTRETENIMIENTO, RELATOS y etiquetada , , , , , . Guarda el enlace permanente.

2 respuestas a CONFESIONES AJENAS CON CARLES LLORENS… OTRA VEZ

  1. joan Sole dijo:

    Me encanta este relato, y me pongo en el lugar del pobre hijo, que por el orgullo del padre, un tremendo resfriado,es la única herencia que le quedo de su abuelo

  2. Pingback: CONFESIONES AJENAS,MUY PROPIAS, CON MECHAS POVAL III | El racó de Mechas

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s