Estuve toda la tarde mirando la lluvia a través del cristal rosado de la ventana del hotel. Esperé durante horas hasta que por fin, el sonido de mi teléfono rompió la monotonía de la tarde.
Miré la pantalla, era ella. Supuse que me llamaba para preguntar porqué no había llegado a la oficina, pero como en muchas otras ocasiones, supuse mal.
Esta vez, y sin que sirva de precedente, era consciente de que más que nunca en todos estos años estaba en sus manos. Nunca sabré como explicarme la conexión especial entre nosotros… -mucho menos, claro está, explicarle a nadie – toda mi vida conociendo mujeres y ya pasado el medio siglo, me encuentro con una que, lejos de enamorarme, consigue sacar lo más sincero de mí, un Alex que debió quedar en el camino, en desuso, hace ya, más de treinta años. Es extraño como una persona, de la noche a la mañana, -es solo una expresión – se da cuenta que su vida exitosa no es más que una cortina perfecta con la cual, esconde el vertedero que es realmente su vida. Y por supuesto, acostumbro a no pensar. De hecho, nunca pienso. Bueno, a veces… un poco.
Toda mi vida -esa que todos ven, la que todos creen conocer- es… era … perfecta, era la que yo quería vivir. Por lo menos, eso es lo que yo siempre creí e hice creer a todos -bueno, en realidad no necesité de ninguna estrategia para que la gente tuviese una imagen envidiable de mi. La vida desde un principio fue fácil para mi. Bueno, voy a dejar de mentir. Por una vez y sin que sirva de precedente voy a ser sincero… incluso conmigo mismo. Voy a dejar de traicionarme. No me había dado cuenta hasta ahora. En mi vida de traidor profesional, mis aveces pequeñas entendederas, no me habían permitido darme cuenta que en ésto, el principal objetivo de mi traición era yo mismo.
Si que no todo ha sido mentira, hay una verdad, se llama Julia y tiene veinte años. Es mi hija.
Es lo único cierto y puro que tengo… que he tenido en los últimos años.
Aunque es ahora -aunque resulte duro decirlo- cuando me he dado cuenta. Hasta ahora, es como si mi rol de padre también fuese nada más que un papel dentro del espectáculo que es mi vida.
Ha sido ella la culpable de que me haya dado cuenta ahora. Mi hija… no. No ha sido mi hija.
Ha sido Lamari. Bueno, tampoco ha sido ella exactamente. Ha sido su libro.
Empecé a leerlo con curiosidad. Me preguntaba que podía contar una triste secretaria.
Después de leerlo, no sé como, me vi rebuscando en mi vieja caja de recuerdos.
Recordé aquel primer y único amor. Aquel que me rompió la vida. Busqué las fotos, mire a Virginia. ¡Qué bonita era Virginia! ¡Qué bonito sabían sus besos! Pero algo ocurrió. Éramos muy jóvenes y no pudimos seguir adelante con aquello. Yo tenía otros otros planes para mi vida, bueno, mi madre tenía otros planes para mi. Esa era la verdad. Así que, pese a ser independiente, hasta su muerte habíamos mantenido nuestro cordón umbilical invisible pero existente, sin romper.
Ni tan siquiera Julia lo consiguió. Mi hija se convirtió en un apéndice, en una muñeca con la que mi madre ha jugado hasta el último día.
Virginia había desaparecido de mi vida. Durante treinta años no supe nada de ella hasta que un día, tras la muerte de mi madre, encontré unas cartas.
La mayoría de ellas eran de los años ochenta, cuando yo me trasladé a la ciudad para hacer mi vida, -eso de “hacer mi vida, por supuesto, es un eufemismo”- La de fecha más reciente, bastante menos deteriorada que el resto, era de hace diez años, me hablaba de los recuerdos del pasado, me explicaba un poco de su vida, y me preguntaba de la mía. Leí todas las cartas, pero no le dí más importancia. Las guardé en mi caja.
Las guardé hasta que acabé el libro. Fueron sus historias las que me armaron de valor para retomar aquella vida que era la mía. Aquello no era retroceder, solo era recuperar.
En un momento de ofuscación enseñé esa última carta a mi secretaria. Ella enseguida se dio cuenta de que había leído el libro. Y me lo dijo. Ella siempre viene de cara.
La evité durante días, sé que cometí una imprudencia, aunque confío en ella. Pero ahora debo pensar. Debo pensar si realmente es tarde o no. Entiendo que no es el resultado lo realmente importante sino el hecho de que por una vez, quiero plantar cara a la vida, pretendo dejar de lado esa comodidad a la que me tengo acostumbrado.
Tengo que dejar de lado esa comodidad que no es más que una soberana cobardía. Tengo que enfrentarme a Virginia y ver que ocurre. Y para eso tendré que pelearle duro a la vida.
Y luego, hablaré de nuevo con mi secretaria.
Y ahora, le voy a contestar el teléfono, que no pasa nada…