En el momento del accidente ya estaba muy distanciado de sus padres y hermanos. La confesión de sus inclinaciones sexuales se convirtieron en el detonante de una guerra sin cuartel que solo tuvo tregua tras el accidente. Curiosamente fue su padre, aquel hombre ruin que había intentado despojar a su propio hijo de todo cuanto le correspondía, fue quien más se volcó en sus cuidados.
Se pasaba las horas en el hospital, solamente se ausentaba para ir al trabajo. Su estado duró tanto tiempo que incluso tuvo tiempo de jubilarse. Sus otros hijos se casaron y le dieron nietos. Tras su jubilación decidió arreglar la casa de Valvidriera, para cuando él volviera. Estaba convencido que su hijo ganaría la batalla a la muerte. Si había sido capaz de romper con su propio padre por defender el derecho a vivir su vida, no iba a dejar que una pelona sin escrúpulos le ganase esta vez la batalla. A pesar de todo no podía dejar de estar orgulloso de él. Era su primogénito, el más consentido, el más querido.
Solamente quería verlo fuera del hospital, en casa. Era por ello que había sustituido las vidrieras novecentistas por cristales transparentes, para que su hijo pudiera deleitarse con las magníficas vistas sobre la ciudad. Esa ciudad que tantas satisfacciones trajo a uno como desvelos al otro, pero querida, a fin, por ambos.
A parte de su padre, quien más pensaba en el era yo, esa amiga del alma que siempre estuvo allí, desde que de chicos se intercambiaban los juegos: él le dejaba sus pistolas, ella le prestaba la cocinita. Cuando fuimos adolescentes, ambos fuimos el paño de lágrimas del otro: el amor no nos lo puso fácil, ambos, no éramos lo que se conoce como gente al uso. Él era un bello animal, de aquellos que cualquier mujer mataría por llevar al lado, aunque fuese de adorno. Yo era objeto de la envidia de todas ellas y de la intolerancia de todos aquellos que se acercaban y eran despedidos amablemente con alguno de nuestros cortes. Aveces, cuando éramos benévolos, era justamente cuando más mal obrábamos: Nos buscábamos algún pagafantas que nos costease la jarana y cuando la cosa se ponía seria, cambiamos de sitio, y al día siguiente era otro día.
Cuando nos hicimos adultos, ambos a la vez, decidimos nuestras vidas, él con su pareja, yo, con la mía.
Y fue cuando todo ocurrió… Y cuando se despertó , preguntó por mi. Oscar quería verme.
Y yo por aquel entonces vivía ya en Salou.
Y volví.
bien contado, buen ritmo, buen tono, me atrapa…
Gracias Carlos, me gusta que te atrape…
Salu2