Justo recordaba cuando a Jaime notó que se acercaba el momento, cuando él, que hacía años que no se encontraba con su hermano por esas distancias materiales, que muchas veces acaban consiguiendo que se difuminen los afectos, había casi perdido la relación con él. Uno sabía del otro, que estaban bien, que ya tenían algún nieto y que los achaques se iban haciendo amos de sus vidas. Tras conocer que sus achaques habían pasado a ser una amenaza vital, lo primero que hizo fue preparar un viaje a la ciudad donde vivía su hermano, y a la vuelta de éste, Jaime nos dejó.
Siempre explicaba que no quiso tener muchos hijos, que era suficiente con dos. En eso, todos sus hermanos coincidían, habían crecido creyendo que su ignorancia y falta de estatura, era el resultado de las penurias pasadas en su infancia. Todos abalaban la coincidencia de la misma forma, afirmando que no se podían traer hijos al mundo para luego tenerlos esmayaos y sin ir a la escuela. No quería que sus hijos fueran como él, un esclavo de la casa hasta que
Esa teoría no tuvo siempre resultados positivos ya que cuando sus hijos sintieron la llamada de la sangre, ya en su ausencia, se vieron obligados a hacer una familia de amigos para no sentir eso tan malo que llaman soledad, y sentirse así, desgraciados.
¡La soledad!. Para mí una palabra mágica. Mágica en cuanto encierra de secretos no consumidos.
Bonito.
Un saludo desde mi Isla de Tenerife.