Solamente habían pasado unas horas y ya me sentía diferente. Creía haberlo visto todo en esta vida y de repente encuentro algo que me sorprende.
Esa mañana al igual que todas las mañanas de lunes a viernes, el autobús de transporte escolar paró frente a la puerta de casa y entraron en el todos los chiquillos de la calle. Los suyos también. Yo los vi.
Mi pareja tardaba en subir, yo en aquel momento pensé que debía haberse entretenido con alguna madre. Yo, esperando como todos los días que mi vecina de enfrente se cambiase la ropa frente a la ventana de la cocina, fregaba los platos del desayuno, esperando el sublime espectáculo. Si mi padre la hubiese conocido, seguramente la habría apodado “el cuerpo” como a Rachel Welch. Mi vecina era espectacular, tenía unas curvas capaces de hacer derrapar y destrozar el coche al mismísimo Hamilton.
Como estaba pendiente de mis cosillas, no era consciente de la tardanza de mi pareja.
De repente, me pareció escuchar ruidos en el porche. Era extraño porque en aquella zona apartada, no había más movimiento durante el día que el producido en las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde, coincidiendo con el autobús de la escuela.
Agudicé la oreja y oí voces. Corté el grifo del fregadero, me sequé las manos con el delantal de volantes y topos que me había regalado mi cuñada tras mi vuelta a España, y muy despacio salí de la cocina en dirección al porche.
Debí haber hecho el recorrido por la parte de fuera. Así, posiblemente hubiese visto quien había sido la bestia capaz de hacer aquello.
Sin ni tan siquiera comprobar su estado fui a llamar al 112. “Mi mujer yace en medio de un charco de sangre en el portal de casa”
Debió ser en el momento que entré a la casa a pedir auxilio cuando la bestia que le había hecho aquello escapó del lugar. Los nervios no me dieron lugar a escuchar, a ver nada. Solo la veía a ella, en medio de aquel charco de sangre que se empezaba a oscurecer.
A los diez minutos llegó la ambulancia. Lo único que en ese momento podían hacer por ella, era llamar a la policía. La agresión que había sufrido había resultado mortal.
Cuando llegó la policía local y vio el cuerpo sin vida de mi compañera, lo primero que hizo fue esposarme. Yo no entendía nada, estaba en estado de choque, no acababa, bueno, ni tan siquiera empezaba, a darme cuenta de lo había pasado en la entrada de casa mientras yo, utilizaba mis dos neuronas en mirar el estriptease diario de la vecina, como si no estuviese harto de verla -podía dibujar a aquella mujer que no conocía y realmente nada me importaba, con los ojos cerrados. Pero tampoco se trataba de culpar a la vecina indecente o a mi súbito voyerismo. Aunque en ese momento yo lo sentía así.¿Porqué no la acompañé a dejar a los niños en el autobús?
En realidad, poco importaban las preguntas que yo me hiciera, ninguna de ella iba a cambiar lo ocurrido. Ella estaba muerta en la entrada de casa y yo era el sospechoso principal porque así lo decían los policías. Más tarde llegó la policía judicial y empezaron a tomar muestras de todos los sitios. Una vez concluso el atestado, decidieron soltarme, todo gracias a un finísimo hilo de sangre que casi pasaba desapercibido entre la vegetación, que les llevó al cuchillo utilizado. En él, se encontraban las huellas del asesino, que obviamente, no coincidían con las mías.
Ahora, la policía ya tenía un hilo de donde tirar y yo unos niños a los que explicar, que su madre ya no estaba más.
Llamé a la abuela de los niños y rota por el dolor, lo primero que hizo fue culparme de lo que había ocurrido. El marido, aunque deshecho también, no me trató mal, pero si que me invitó a desaparecer de su vista.
Y ahí quedé yo, sin pareja, sin niños, sin casa -porque era suya- y sin ver más a aquella vecina impúdica a la que yo me empeñaba en culpar.
A mi tragedia debía añadir que, aquel mismo día, yo tenía que asistir a una cita muy importante, aunque después de aquello, evidentemente, dejó de serlo.
Ahora lo más importante era sin duda, continuar vivo, y lo primero de todo, era conocer la identidad del agresor, no solamente para que pagase por su crimen sino también, para que ése, fuera el último.