Entre otras cosas, para intentar aclararme yo misma, he de separar esta pequeña historia en tres partes. La primera ocurrió en el centro donde trabajo: La Señora Eva María Arranz se presentó en las oficinas y se dirigió a mi mesa. No había nadie más que la pudiese atender en ese momento -ni en ese ni en otro, aclaro, porque desde que la vida se nos redujo tanto, todo nuestro servicio quedó en poco más que una representación, una muestra, de lo que un día allí existió-. La segunda traslada la historia al lugar de origen, al todavía incordiante pasados muchos años “querido primer novio”, como decía mi admirada Zoe Valdés, aunque yo bien podría llamarlo “desafortunado …” La tercera no es más que una vuelta, como siempre, a la realidad. Aquella tarde, como la mayoría de ellas, un trasiego imparable de almas habían pasado ante mis ojos y muchas de ellas habían gestionado algún servicio en mi escritorio. Entre ellas se encontraba la Señora. Arranz. Debía rondar los cuarenta, de porte activo y con algún quilito de más, acudía a la instalación desde hacía un par de años, cuando, según me había explicado, llegó al pueblo trasladada por su empresa. La Señora Arranz, poseedora de una amplia sonrisa, tiene también la mágica cualidad de transmitir empatía en su mirada, algo difícil de encontrar en estos días que corren. Aquella tarde, a primer golpe de vista, me transmitió algo diferente. Al llegar a mi mesa, me saludó educadamente y con una expresión a caballo entre el recelo y la solicitó la baja en la prestación de servios. Yo la miré sonriendo sin preguntar nada – si algo me ha enseñado el trato con la gente es a no preguntar- y ella me dijo que su empresa la trasladaba de nuevo, esta vez, a la ciudad, y que ya era definitivo, que por fin tendría una residencia fija y podría pensar en formar un hogar. No sé porqué, pese a ser ese tipo de noticia, motivo de alegría, no la vi especialmente satisfecha, sentí que sus palabras transportaban una especie de verdad a medias, pero bueno, son tantas veces las que veo cosas… Durante unos días me trasladé a la ciudad para ayudar a mi primo a trasladarse. Mi primo ha cambiado su piso de ciento cincuenta metros por el de su madre, que murió hace unos meses, él dice que se le hacía muy grande y que ahora que los inquilinos del piso donde creció, habían marchado a su país, sentía que aquel pisazo de extra-extra-radio, no era su lugar. Me explicó que aunque no era momento de vender, había tenido suerte pues le había salido un buen arrendatario, un ruso con su familia, me explicó -y es que a los rusos parece que les gusta nuestra costa y nuestro clima, porque cada día son más los que traen a sus esposas y a sus hijos a vivir aquí. La cuestión es que como mi primo trabaja, una vez pasado el permiso de traslado, todo el tema de la mudanza se ralentizó un poco, y yo tenía tiempo libre pero no quería salir a la calle, principalmente porque no quería encontrarme con Carlos -yo disgustos, los justos-… Tenía… tengo pavor a un encuentro con él, y es que desde que mi primo me contó de la que me había librado, no quise tentar a la suerte, por si acaso. Pero claro, tampoco era plan de ponerme a mirar la caja tonta -porque sí, en casa de mamá todavía no llegó el plano tonto, seguimos con caja- con lo que decidí llenarme de valor e ir a la librería a buscar algún libro, aun a riesgo de encontrármelo. Llevaba días sin leer y tenía auténtico mono. Caminaba inmersa en mis pensamientos, planteándome si comprar La reina descalza de Falcones o la última de Perez Reverte que, haciendo cábalas, me doy cuenta que está por salir… definitivamente no, estoy de vacaciones y decido en ese momento buscar algo más placentero, ya que las cienmil horas de soledad en las que me encontraba inmersa, desviaban a mis neuronas con curiosidad a comprar alguna de las trilogías eróticas de moda, esas de las que hablaba todo el mundo. Quizá debería decantarme por una de ellas, seguramente por la escrita en castellano. Al llegar a la librería, bueno, a lo que era la librería, pues ya no existe, aunque de ésto, a causa de la inmersión cerebral que llevo, no me doy cuenta hasta el momento en que salgo del local y miro el rótulo, dándome entonces cuenta de que la librería -mi librería de toda la vida- ha sido sustituida por una franquicia de bisutería de bajo coste. Justo al girarme para continuar camino, me encuentro de frente, a la altura de mis ojos, una bella sonrisa dispareja que no me resulta del todo desconocida. Era él, era Carlos. Guasón, como siempre, con una expresión equidistante entre un “en tu casa o en la mía” y un “quiero que seas mi reina”, que tras aclararme, sin preaviso ni preámbulo de ningún tipo que aquello ya no era una librería y que la última regente del negocio fue su ex, me dice que tiene que hablar conmigo. En ese momento, el miedo se hizo el rey de mi existencia, ya que una de mis fobias no superada tras expulsarlo de mi vida, por decirlo de algún modo, era suponer que este hombre, entrara de nuevo en mi vida o en la de alguien de mi familia. Pensar en ello me causaba auténtico pánico, de veras. Y todo ello sin tener en cuenta la última información recibida sobre su supuesta peligrosidad social. Me preguntó que qué quería comprar y por la paz, preferí ser educada y desmemoriada, obviar detalles acontecidos y contestarle. Sin recibir una respuesta directa por su parte, me explicó que su pareja (¡Dios mio!, ¿Quién sería su pareja, su nueva víctima?, se había leído las trilogías eróticas, tanto las Cincuenta sombras como la Pídeme. Por supuesto, tratándose de él, no quise dar crédito, me dispuse a continuar camino, rauda. Entonces vi a Eva, la mujer a la que había cursado la baja hacía poco tiempo, aquella que me había asegurado que no volvería. No podía ser. Debía estar soñando. No, no lo estaba. Eva puso sus manos en el hombro de Carlos mientras entoldaba sus pestañas sobre una mirada al cielo. Con aquel gesto, acababa de descubrir a la nueva víctima., era Eva María. En ese momento, tuve la certeza de que ella volvería a ser mi clienta. En pocos meses, la Señora Arranz volvió al centro. Nunca hablamos de aquel encuentro, desconozco si en algún momento conoció la existencia de la relación entre Carlos y yo, aunque desde ese día, nuestros cruces de miradas se convirtieron en un intercambio de símbolos de lucha, de supervivencia mutua. Y mientras voy a trabajar, se dispara en mi móvil Hemicraneal, entretanto camino por la calle todavía oscura…
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