Desamor y del bueno es aquel que ocupa una cama vacía cubierta por dos cuerpos que levemente, de manera ocasional, se rozan. No es contradictorio sino más bien complementario, decir vacía, pues es cierto, el lecho está seco, yermo de caricias y de besos, no es más que un lugar para el reposo, como una de esas clínicas donde llevan a esos que algunos mientan desafortunadamente locos. Es allí donde a veces se encuentran los más cuerdos, los más llenos de carácter humano, muchos que no más están allí a modo de muestra, de recuerdo , de algo que un día sintieron y que al poco vieron roto, incapaces al pronto de recomponer esa alma contenida en un cuerpo que se torna maltrecho, esclavo del dolor, que se siente feo, que no tiene más anhelo que despegar del suelo, sin importar si baja al infierno o si se sube al cielo.
Un alma tan desacostumbrada a sentir que cualquier latido, del lado que sea va a ser bueno, va a significar algo diferente, que se sigue viviendo.
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