Escuchar la palabra felicidad es ver una imagen que no cambia pese al paso de los tiempos.
Vestida de amarillo, ese color que pese a ser aquel con el que magas y adivinas me relacionan, el color de la luz, de la inteligencia – dicen y al que yo detesto.
Una blusa de escote de barco: tela de algodón, una loneta fina, creo; fondo amarillo, lineas horizontales a modo de greca en color negro, alternadas con pequeñas flores rosáceas en forma de margarita que siguen el trazado de la línea. Una falda amarilla de fondo liso, abotonada doble, cruzada en la parte delantera, con grandes bolsillos.
El escenario: Un Paseo de la Baldosa como fondo. La sombra de sus árboles, junto al colegio Bernat Metge, protege del sol de justicia que tiene tomada la tarde.
Son algo más de las siete, ya ha salido de la oficina. Él ha ido a buscarla al trabajo. Sabe, cree, está convencido de que no es bueno para ella, pero la quiere. La protege de todos aquellos que la acosan. La ama. Por ese amor se licencia soñar con un futuro inexistente, que no llegará. Pero pese a la seguridad, juega con la posibilidad. La defiende de toda aquella opresión. Le dice que llegarán juntos a viejitos, que pasarán de los ochenta, pero sabe que no es cierto. Le cuenta como la imagina de ahí a un tiempo, cuando esperen su primer hijo, gorda, hermosa, paseando de la mano bajo esa misma sombra. Ella sonríe. Siguen su paseo hacia la parada del autobús, esperan su llegada sentados en un banco mientras se entrelazan en un beso que los transporta más allá de todo aquello mundano, conocido. Ella piensa que es un sueño, que no le puede estar pasando. Aunque no le falta quien se interese por ella, ninguno lo hace de manera lícita. Ella lo sobrelleva bajo el estandarte de la modernidad, quizá tampoco le importa. Ahora parece que algo ha cambiado.
Las palabras del payo blanco han dado un nuevo rumbo a su vida. A lo mejor hasta ahora había transitado sin sentido, sin lugar infinito donde dirigir sus pasos.
Ahora todo es diferente, la luz ha entrado en su vida y la ofuscación vitalicia que la caracterizaba ha quedado escondida bajo el polvo que pisan sus zapatos sin rozar el cielo.
Pero todo eso, es solo un momento.