Hace unos meses, Isabela Caótica vino a visitarme. Su estancia en el despacho duró aproximadamente dos horas. Recuerdo que estaba lloviendo y tenía todo el trabajo controlado con varios días de antelación.

Vi a Isabela algo nerviosa, quizá por ello permití que se explayara en su monólogo. Habló durante todo el tiempo. Habló de su pasado y de su presente. En algunos momentos se la escuchaba lúcida, en otros, me parecía escuchar a una persona completamente enajenada.

La única impresión sobre ella que no cambió durante su estancia, fue sentirme ante una mujer muy sincera, muy culta y con una herida abierta en su alma.

Esa herida no solamente la había convertido en aquel ser de aspecto espantapájesco y descuidado aunque pulcro, en aquel ser sensible y bienhechora, buscadora de los tesoros del alma humana a cambio de poco más que un poco de amabilidad del semejante.

Tengo que decir que no es éste el momento ni el lugar donde dar explicaciones del tormento que ella esconde, sino de aquello que, por momentos, sacó a la luz a modo de profecía, dando de manera natural la opción de creer o no creer pero dejando claro que su aviso no podía quedar en el aire, como cualquier palabra fútil, desechada en el aire viciado de la sala.

Me habló de un ser oscuro que se aproximaba a alguien a quien yo tengo harta estima. No paré atención al principio, pero en una de las idas y venidas sobre el tema, me cercioré de que aquello a lo que se estaba refiriendo, no era un episodio más de su mente aveces maltrecha.

Hacía tan solo unos días alguien me había explicado el mismo episodio visto desde un prisma diferente, pero era obvio que pese al punto de vista totalmente invertido, ambas hablaban de lo mismo.

Isabela me hablaba con cariño de la otra, preocupada por una sombra negra que se le venía encima. Yo, como quien dice, contenía la risa.

Yo soy de las que no les basta con ver para creer, de las que aun pisando tierra me siento etérea ante cierto tipo de averiguaciones, vamos que prefiero desaparecer del sitio a esperar la entrevista con el vampiro.

Recuerdo que Isabela me dio un fuerte abrazo mientras lloraba emocionada y me daba las gracias por haberla escuchado.

Cuando marchó solamente pensé que había hecho la obra buena del día. Nada más.

Hace unos días tuve la oportunidad de conocer a un hombre casi perfecto que comparte ahora su vida con una amiga. El encuentro fue en un restaurante, rodeados de gente, y lo que sentí fue feo, muy feo.

Fuera todo era perfecto, la imagen de la nueva pareja, completamente idílica, pero… había algo extraño. Me sentí escuchada en mi pensamiento sucio. Descubierta.

Me sentí mal, muy mal. Quise arreglarlo haciendo gala de una amabilidad que hoy por hoy, calificaría de impropia. Seguramente alguno pensará que la amabilidad no puede ser nunca inadecuada, pero yo lo sentía así. Consideraba que mi actitud era falsa, que no actuaba de forma coherente -vamos, una autoataque de cachos-

Un par de días más tarde continuaba sintiéndome mal. Decidí tantear a la pequeña diosa mintiendo un poco, eso sí, de manera piadosa, adornando lo que había sentido, no quería ofender. Su respuesta no se dejó esperar. No era yo ni la primera ni la última que había sentido la excelencia de aquel ser y curiosamente, aquel ser lo negaba, seguramente, a modo de falsa modestia.

A día de hoy, sus asistencias forman parte de mi día a día.

Cada vez me convenzo más de que se trata del ser oscuro que anunció Isabela aquella mañana lluviosa.