Me ha gustado que sea justamente hoy, ocho de marzo, y no cualquier otro día, el elegido por el destino, por esa casualidad que cada día con más fuerza clama por descubrir su inexistencia, el día en que he podido terminar de leer La reina Descalza.
Unos se preguntaran porqué y otros seguramente lo habrán cogido al vuelo.
Leer a Falcones supone una sumersión total en sus historias. En todas ellas uno se siente testigo directo, como un pequeño fisgón escondido tras una puerta entreabierta, tras un árbol, entre una multitud, que sé yo…
En todas ellas expone con respeto las -en ocasiones- controvertidas diásporas surgidas sobre determinados pueblos por parte de los poderes reinantes.
Con un poco de terror a meterme en camisa de once varas, como diría mi querida Fali Moreno, me remitiré sin más a contar a sus mercedes, entre las que hoy me incluyo, día en que el azar ha querido que me deleite en unas líneas donde sin en ningún momento hacer apología del género femenino, queda mediante el relato totalmente al descubierto, una serie de valores, los cuales me han hecho sentirme orgullosa: la fidelidad, el poder de convocatoria, la capacidad de mediación, la sinceridad, el hecho de conseguir un objetivo no falto de dificultades… y tras ello, tres gitanas, tres mujeres gitanas.
Ahora yo sí que haré un poco de loa al respecto: Si ellas lo consiguieron, nosotras también.
¡Va por todas!