Ya sabemos lo que se dice: “Después de la tempestad, llega la calma”.
Y una vez más ocurrió también que el comportamiento de las personas se adelantó al atmosférico. Pese a la claridad de la afirmación, el dilema clásico emerge ante ella y nos vuelve a poner en primer plano la pregunta sobre cual de los fenómenos fue primero. No estoy pensando en la tempestad y la calma sino que como es costumbre en mí, estoy mirando hacia el comportamiento, ese que desde siempre ha sido preocupación importante para mí.
Lo que ocurrió unas horas antes de la tormenta fue algo más que bárbaro. Me río de “Agosto” y de todos sus reproches. Aunque en cierto modo, por un momento, aunque corto, llegué a extrañarlos.
Si, y solamente porque para bien, para mal o para peor, allí había comunicación, o cuanto menos expresión, aunque fuese de la peor causa, efecto y todas las modalidades de satisfacción de las miserias humanas.
Hay situaciones en las que el silencio no es seña de educación, ni tan siquiera de otorgamiento o miedo.
El silencio va más allá de todo eso, es mucho más peligroso. En ocasiones se convierte de peligroso abal de claras tempestades, en tabú de asuntos dolorosos, tanto que todos callan autoenvenenando su existencia.
Tras la oleada de impotencia el sinsentido se convierte en el protagonista de la vida de uno, abocándolo a un pozo donde no hay más salida que el sesgo de la existencia.
El método elegido pasa a ser el nuevo dilema, nada de vuelos ni de aparatosos accidentes que pueden no ser lo suficientemente efectivos, nada de viajes astrales que pueden dejarte a medio camino, con voto sin opción para ello. El narcótico sigue siendo lo más discreto, lo menos extravagante, y a falta de efectividad, si uno vuelve lo hace descansado y por la puerta grande, restando importancia a los silencios que ayer lo atormentaban, olvidando el dolor causado por las medias palabras, sin perdonar porque no hay daño, dando de nuevo prioridad a lo verdaderamente importante, despertarse.
Abrir los ojos y dar un salto de la cama, cargar la cafetera, ir a correr, ducharse y trabajar, trabajar y trabajar, hasta caer exhausto y no escuchar las cataratas que la tormenta provocó a tu lado…

Esta foto encaja con mi particular visión de la tormenta, no es mía, la pedí prestada a mi actor de cabecera, el protagonista de todos mis estrenos: Sergi