Hubo un momento en el que los aniversarios empezaron a pasarse por alto. Seguramente era lo mejor, alargar los tiempos como aquellos que ante el enfurecimiento ponen tierra de por medio.
No estaba en disposición de espacios y fue por ello que el tiempo se hizo registrador registrador de la existencia. No era un reloj. El tiempo se había parado el día en que descubrió que todo era una mentira, que otra vez había vuelto a cometer el error humano por excelencia.
Pero de manera contradictoria, en esa ausencia de tiempo, resultaba tarde, sus pequeñas anclas la habían dejado amarrada en medio de un mar ingrávido, falto de movimiento, carente de emoción, desprovisto de vida.
Nuevamente la contradicción hacía propósito de calificativo en la inexistencia de la maga, consiguiendo una zozobra en su pecho, ese que rodeado de biología viva se encontraba en letargo eterno para evitar sufrir un nuevo desencanto, quizá el peor, el que estaba por venir.