Me encantan las oficinas acristaladas, esas que para diferenciar a la tropa de los jefecillos ponen paredes transparentes para delimitar los territorios…
No se sabe exactamente que sentido tiene vivir dentro de una urna, de una pecera.
También es difícil hacer una referencia exacta, fidedigna, al igual que la vida de la que forman parte, el hecho de concretar quién, a través del cristal, controla a quien. Parece obvio que aquel que no se encuentra expuesto a los microbios del resto de forma directa, sea quien desde su lujoso ostracismo sea aquel que controla el cotarro pero, existe una pequeña contrariedad, y es que no puede controlarlos a todos. A pesar de ello, no suelen éstos darse cuenta, cosa que los más avispados de la tropa aprovechan para desacreditar a aquel que goza del privilegio de no compartir. De forma contradictoria, nuevamente, uno se da cuenta de que quien se encuentra realmente expuesto es aquel que se siente en posición aventajada: No existe movimiento a lo largo de su jornada laboral que quede exento de las posible curiosidad del patio. Siempre tiene la opción de bajar las persianitas de diseño pero en el momento que lo haga, alguno de los otros haga toc toc en la puerta y entre sin esperar respuesta.
El solitario privilegiado pasa su jornada impertérrito, en actitud pensante, justificando su sueldo, ese que le pagan por sus supuestas ideas, y se rebana los sesos intentando averiguar donde se encuentra el maldito ángulo muerto, por si conviene.
Pero sabe tan poquito que no conoce el puesto de seguridad y los vigilantes que por allí laboran y que llegado el momento, si fuese educado y acostumbrara a decir “Buenos días “ por la mañana al traspasar los controles del edificio, no tendrían inconveniente en mostrar las vistas de las grabaciones, e incluso, porque no, ilustrar al susodicho con la información que precisa para mejorar su existencia durante la jornada, la ubicación de los ángulos muertos.
Y mañana… Santa Tecla.