No es una idea de ahora que con tanta crisis, uno intenta agudizar el ingenio en lo referente a la producción de dinero. Es más bien un sueño, un juego de la imaginación casi diario, mientras en las soleadas y calurosas mañanas, recorre la vereda paseando a sus pequeños campeones.
Siente que en una de éstas, entre los arbustos que bordean el camino, escondida de los transeúntes, encuentra una pequeña mochila, de esas que llevan los chicos a la escuela.
Podría tratarse de la bolsa de algún chiquillo que el día de hoy es demasiado duro para acudir a clase, y que mientras aventurea por las calles del pueblo, decide esconderla allí para hacer su mañana más liviana.
Pero no, esa no es la idea. Siempre sueña mientras camina que se encuentra una mochila y que, cuidando no ser vista por nadie, decide inspeccionarla. La realidad es que se encuentra tirada en plena vía pública, abandonada, aunque algo escondida.
Se arma de valor y busca un palo para mover la bolsa, por si contiene una bomba o alguna otra cosa peligrosa, aunque lo que le gustaría encontrar, es una mochila llena de billetes, de billetes de quinientos, de esos a los que llaman Bin Laden porque son pocos los que los ven.
Sonríe de manera fugaz. Enseguida piensa en los peligros tras hacerse con el botín. El dinero podría ser el pago para alguna mafia local a cambio de polvo blanco o cualquier otra porquería. Quizás sea el botín de un asalto a la caja de pensiones o al banco del santo espíritu. El santo le recuerda que no es lícito quedarse con un hallazgo de tales características, que su obligación no va más allá de la comisaría más próxima donde depositar la bolsa. Un pequeño y rojo demonio de cola empinada parece tocarle en el hombro para llamar su atención, le recuerda que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón e intenta convencerlo para que de un tirón de la mata y se dé el piro, que con esa pinche bolsa puede resolver su precaria vida.
La duda de nuevo lo asalta pero a pesar de ello comienza a hacer planes: No deberá dar muestras de su ahora holgada situación, tendrá que ser cauto en sus movimientos, podría ser que los mafiosos consigan seguir la pista, quizás exista un chip con gps o esté marcado el dinero.
Deberá comprar en otra ciudad e ir consiguiendo billetes pequeños, y nada de lujos, de momento, a seguir viviendo como un proletario austero.
A lo mejor sería bueno repartir los billetes para multiplicar posibles vistas, incluso alquilar un piso lejos, poner una caja fuerte e ir dando viajes, para borrar cualquier pista que pudiera llevar a los cacos hacia ello.
Pero como ocurre siempre, cada mañana, son solo planes, sueños despierto para evadirse de la pobreza que le ahoga, que comprime su pecho, aunque fue bonito mientras duraron los planes sobre un supuesto encuentro.
Vuelve a casa como salió, con un solo objeto entre sus manos: las correas de sus perros y la ilusión de encontrar algún dinero.