Era verano, mes de julio. Un sábado por la tarde, con suerte, de esas que imparte una buena corrida. En las alturas de la Prelitoral, al modo de “Duelo al sol”, en Begas, para más señas.
Bajó la maga al mar, ese que transformaba su alma hasta calmarla, y se coló, aunque invitada, en un mundo ajeno a ella, en el club náutico o marítimo, no recuerdo tampoco si de Gavà o Castelldefells.
Fue allí, en el intercambio de unas llaves donde lo vio, se lo presentaron sus superiores.
La maga iba con su novio, un pijo aparte al uso, del Gótico, delincuente de la antigua escuela, como sacado de una novela de Vazquez Montalvan o de Marsé.
La maga conoció al torero. Su chico, el delincuente del Gótico, a sus verdugos, a aquellos que poco tiempo después la despojaron de forma sutil, como todo se hacía por aquel entonces, de su amante, su niño, su futuro compañero, para siempre.
Y aquella tarde quedó en su recuerdo, el torero brindando al sol, junto al mar, con los capos de turno, representantes de los poderes fácticos, en ese momento en horas bajas, pero ellos, a pesar de ello, continúan viviendo, y el niño y ahora el torero, están muertos.
Descanse en paz.