Son pocos los que al nacer son tocados por la luz divina, esa que muchos creen tener y que otros tantos se empeñan en conseguir a cualquier precio, creyendo que con ello poseerán quizá un alto grado de felicidad. ¿Felicidad? ¿Qué es la felicidad? Se define como el estado emocional tras conseguir una meta aunque a mi no acaba de convencerme, las definiciones de estado me resultan muy políticas, cuestiones completamente baladís para mi por lo que entramos en el terreno de las conjeturas y de las incompatibilidades.
Decir estado puede verse como algo sólido, como el estado sólido de la materia, y a la vez efímero, asemejándose quizás al estado gaseoso.
¿Es la felicidad entonces un estado? ¿Es una meta? Siguiendo las corrientes de aquella mal vista y fea “normalidad” debería ser la META, con mayúscula, pero el concepto de normalidad cada día se amplía más, de hecho parece haberse sustituido por globalidad. La corriente de engañabobos “Mi felicidad es tu felicidad” pretende imponerse, y digo imponerse porque está por encima de las modas y corrientes, que uno puede aceptar o no. No pretendo crear confusión ¿a alguien se lo pareció? No.
Me gustaría lanzar alguna afirmación: La globalidad al igual que la normalidad son términos engañosos, crueles, utilizados por el de turno a su antojo quizá como herramienta para conseguir su propia felicidad.
La identidad individual es una realidad que no puede endulzarse, enmascararse o anularse, el individuo no puede dejar de tener presente que su felicidad no tiene porque ir unida a la del prójimo y ante la ausencia de alguna de ellas sentirse culpable, ni tampoco por ello debe nadie sentirse bien ante la fatalidad o debilidad ajena.
La luz divina de la que hablaba al principio no era más que una manera de llamar a las cualidades consideradas excelsas que poseen algunos seres humanos y que, llegados a este punto parecen no importar ya que nada es ordinario ni extraordinario. No se pueden universalizar las emociones, una emoción es algo personal, que se puede compartir o no, que puede pasar desapercibida o ser eterna. Nadie siente igual, nadie se emociona igual aunque existan representaciones visibles comunes como es la risa o el llanto. Pese a ello un llanto, por ejemplo, puede ser fruto de emociones muy distantes y de interpretaciones muy diferentes.
Ante todo ésto, resulta difícil dar definiciones a modo de fórmula matemática, que no den lugar a equivocaciones. O si… El ser humano no es más que una aglutinación de minúsculas cadenas numéricas que se empeñan en dejar de serlo.
Y si no, que me lo digan a mi.
BESOS